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No hay práctica sin proyecto. ¿Cuál es nuestro proyecto para el psicoanálisis? No es cuestión de retroceder, de echarse atrás. Es el de aportar herramientas para los requerimientos en salud mental. Dejemos a los celosos celadores el custodiar no se sabe qué inmaculada pureza. Éstos, los de hoy, son nuestros desafíos.

Dr. Luis Hornstein

 

 


“Cuando lanza a los jóvenes en medio de
la vida con una orientación psicológica
tan incorrecta, la educación se comporta
como si se dotara a los miembros de una
expedición al polo de ropas de verano
mapas de los lagos de Italia septentrional”.
(Freud, S. 1930)
No hay práctica sin proyecto. ¿Cuál es nuestro proyecto para el psicoanálisis? No es cuestión
de retroceder, de echarse atrás. Es el de aportar herramientas para los requerimientos en salud
mental. Dejemos a los celosos celadores el custodiar no se sabe qué inmaculada pureza. Éstos,
los de hoy, son nuestros desafíos.
Conocemos los riesgos del psicoanálisis aplicado. Pero también es un riesgo no aplicarnos” el psicoanálisis.
No hablar de nuestro aislamiento. ¡Ninguna disciplina se basta a sí misma! Todas establecen
fecundos intercambios con las otras, sin tanto miedo a contaminarse y a perder especificidad o
rigor. Si algo nos enseña el psicoanálisis es a soportar una expedición en que el horizonte se aleja.
El mundillo psi oscila entre la crispación y el desánimo. Algunos acaban de descubrir que el mundo
cambia y tratan de ponerse al día. Otros, con su parte de razón, dicen que en problemas del alma sólo
hay ropas nuevas, que el corpus no cambia, y se abroquelan en principios fundamentales. Los agoreros
dicen que el psicoanálisis ha muerto y todavía no les vamos a contestar que goza de buena salud
porque no sería al menos lo que yo siento. Les mandaría un telegrama redactado por Mark Twain:
“Noticia de deceso muy exagerada”. (El periódico había anunciado la muerte del escritor).
¿Como pasar revista a mis desafíos de la psicoterapia psicoanalítica sin hacer un tedioso inventario
de mi constelación metapsicológica, de mis autores predilectos, de mis preferencias
técnicas, de mis elecciones epistemológicas? Optaré en esta exposición por privilegiar algunos
desafíos en los que me siento personalmente implicado. Me referiré, entonces, a ciertas temáticas
epistemológicas, (sistemas abiertos, determinación y azar, complejidad), aciertas interrogaciones
metapsicológicas y clínicas (las formaciones de compromiso y las problemáticas narcisistas),
al desafío técnico que implican los casos límite al psicoanálisis “ortodoxo”. No pretendo
un relevamiento de la totalidad de los desafíos -tarea imposible en estas circunstancias.

Ustedes dirán si les aporta lo que he traído hoy. A mí me ha costado esfuerzo, aunque por momentos
disfrutara esforzándome. Y también implicará trabajo el hecho de que no les guste o de
que, gustándoles, me pongan en el brete de contestar a las preguntas de ustedes, donde seguramente
se advertirán lagunas o fallas en la exposición. Pasan los libros, pasan los años y todavía
me siento primerizo.
Mi convicción es que para investir el futuro hay que afrontar los límites de lo analizable. Bordes
de la clínica. Bordes de la teoría. Sentirlas, vivirlas, pensarlas. Ponerlas a trabajar. Concretamente,
salir del rincón, del gueto o, como decía Borges, del “color local”.
El burócrata rutinario (no todos lo son) trabaja lo menos posible y desde el primer día espera
la jubilación. Generalmente no advierte que a su alrededor el esténcil ha sido reemplazado por
la fotocopiadora, la máquina de escribir por una computadora, el ventilador por el aire acondicionado.
Y si lo advierte, quizá no advierta que él mismo será reemplazado, y antes de la
jubilación. (Y en nuestros países sin seguro de desempleo.) Algo parecido le ocurre al psicoanalista
rutinario. Se ha convertido en un profesional. Y un profesional, es lógico, quiere vivir
de su profesión, no tanto para su profesión. El quiere seguir con su rutina, freudiana, kleiniana,
lacaniana, para el caso es igual. Si uno comenta que Freud se rompió el lomo, que fue contemporáneo
de su tiempo, que trató de incorporar la ciencia de su tiempo, el dirá, evasivamente, con
falsa modestia, “Yo ni soy Freud, ni Klein, ni Lacan. A mí no me toca romperme el lomo”.
Machaconamente recomendé en Narcisismo, mi último libro (2000), en la conveniencia de
abrirse al cambio. Hoy la ciencia describe al mundo de manera diferente de como lo hacía cuando
Freud escribió sus escritos metapsicológicos. La atención se centra en lo no predictible. En
física, los sistemas complejos se convirtieron en el centro de las investigaciones. En termodinámica,
se privilegiaron los sistemas fuera del equilibrio. En biología, la teoría de los sistemas
autoorganizadores productores de orden a partir del ruido. Es probable que el hombre cambie.
Lo que es seguro es que cambia su visión del mundo. En el siglo XVIII era un mecanismo de
relojería; en el XIX, una entidad orgánica, y a fines del XX, un flujo turbulento.
La consideración del movimiento y sus fluctuaciones predomina sobre la de las estructuras
y las permanencias. La clave es la dinámica no lineal que permite acceder a la lógica de los
fenómenos caóticos. Esta conmoción del saber se desplaza de la física hacia las ciencias de
la vida y la sociedad. La biología molecular no redujo lo complejo a lo simple (lo biológico a
lo físico-químico) sino, por el contrario, recurrió a conceptos organizacionales desconocidos
en el dominio estrictamente físico-químico como información, código, mensaje, jerarquía. La
biología propone la auto-organización para comprender cómo el azar produce complejidad. Lo
psíquico incluye un nivel de complejidad aún mayor (Balandier, 1988).
La noción de “organización” implica construcción, producción y reproducción de orden y de
desorden. Esa noción ha emergido en las ciencias bajo el nombre de “estructura”. Pero la visión
estructuralista, demasiado regida por la idea de orden, había propiciado una simplificación. Una
organización constituye y mantiene un conjunto no reductible a las partes, porque dispone de
cualidades emergentes que retroactúan sobre las partes.

Antes hablé de salud mental. En la Argentina son los psiquiatras y los psicólogos los encargados
de atender en los hospitales públicos y en las obras sociales a aquellas personas que les duele
algo y no es el cuerpo. El psicoanálisis se ha consolidado y ha adquirido cierta respetabilidad,
tal vez porque muchos han sido miembros activos de la cultura, han sido contemporáneos de
su época y no se han limitado a ser psicoanalistas- rentistas, que cortan cupones de la Empresa
Freud. El psicoanálisis, siendo una psicoterapia, es más que una psicoterapia. Un enorme capital
acumulado, pero no pasivo sino en permanente inversión productiva, que a veces (muy
pocas, debo confesarlo) se pasa de la raya, sí, como los negocios en Internet.
Todo saber en tanto deviene saber instituido porta en si mismo el germen de su propia esclerosidad.
Una historización y actualización de los fundamentos para problematizarlos y renovarlos
hace que lo instituyente (Castoriadis) repercuta sobre la práctica y que ésta impregne el abordaje
de los fundamentos. Solo así el riesgo de una escolástica se atenúa.
Una teoría compleja requiere una recreación intelectual permanente. La simplificación tecnológica
conserva de la teoría solo lo que es operacional, con lo que deviene un recetario técnico. En
la simplificación dogmática el universo conceptual impone su propia idealidad sobre la práctica,
en lugar de entrar con ella en un fructífero diálogo. En este caso y sin que uno lo advierta,
aprender se convierte en repetir. El pensamiento deviene eco, eco mortífero. No hay vacunas
contra el dogmatismo. Sí, precauciones, como la de mantener un diálogo constante entre teoría
y práctica.
La relación entre metapsicología y praxis es una conjunción y no una disyunción. Esa relación
¿se produce en el interior de la sesión? ¿Sólo en los intercambios con colegas? Algunos analistas
convierten la conjunción en una disyunción: metapsicología o práctica cotidiana. Freud
(1932) escribió que la patología muestra una ruptura
o desgarradura donde en lo normal esta presente una articulación. En la teoría “normal” existe
una articulación entre metapsicología y praxis y esa articulación es precisamente el método. En
la patología, la praxis esta desgarrada de la metapsicología.
La práctica, la literatura postfreudiana y el panorama epistemológico generan múltiples desafíos:
“Desvelan al psicoanálisis, entre otras cuestiones: el determinismo, el azar, la complejidad,
los sistemas abiertos, la autoorganización. Lo desvelan desde el exterior ¿qué teoría
es tan autónoma que no tenga exterior, que no sea perturbada por ese exterior?” (Hornstein,
2000)
La sociedad uruguaya, la argentina, las instituciones, las teorías, sin olvidarnos de nuestra propia
vida, son organizaciones. Y una organización que no pueda ser perturbada por ruidos nuevos
se encamina a una clausura mortífera, su extinción, según el viejo y no obsoleto principio
de entropía. ¿No lo vemos todos los días? Las instituciones psi, replegadas sobre sí mismas,
meramente a la defensiva, desaparecen o se empobrecen. Las teorías vegetan, incapaces de
abrirse a las nuevas adquisiciones de conocimiento. Mejor dicho, no son teorías. Y si lo vemos,
¿por qué no hacemos algo? Entre los psicoanalistas hay cierta tendencia al talmudismo o a la
exégesis cristiana (es sabido que en la tribu no faltan los gentiles). Se revisan meticulosamente los detalles, más accesibles
que los principios, mucho más accesibles que el magma en que se generaron los principios.
“Aquello que has heredado de tus padres adquiérelo para que sea tuyo.” Porque no hay dos
hijos iguales, unos revisan esos restos con la esperanza de ser continuadores; otros, como verdaderos
príncipes que por fin acceden al reinado. Los ejemplos son conocidos: Klein, Winnicott,
Kohut, Lacan, P. Aulagnier, Green. Y, ¿por qué no?, Emilio Rodrigué.
La inmersión en lo nuevo inquieta, violenta nuestras rutinas. Pero además de inquietarnos, nos
hacen trabajar, nos brindan metáforas. “Metáforas” fértiles, más que modelos. Metáforas que
evocan e ilustran. Tomaremos precauciones, claro, porque leer e investigar siempre lo requieren.
La principal, eludir los isomorfismos entre disciplinas. (Pragier y Pragier, 1990).“Colegas,
al Ding, a las cosas”, les digo ahora parafraseando a Ortega. Y “Hacer las cosas, mal pero hacerlas”,
copiando a Sarmiento. No me importa que suene de barricada si ustedes escucharan,
además del eslogan, las argumentaciones en que se sustenta.
El psicoanálisis es un conjunto teórico-práctico que ejerce efectos directos e indirectos en el
contexto histórico-social. Ni convertirnos en improvisados sociólogos ni cruzarnos de brazos.
Año 2001. ¿Cuál es hoy la inserción social del psicoanálisis? ¿Cuál es el papel de los hospitales,
de las obras sociales, de los seguros médicos? ¿Cómo es nuestra práctica en esos settings? Y
¿qué pasa en nuestros consultorios? ¿Con cuántos de nuestros pacientes hacemos psicoanálisis
“ortodoxo” (volveré sobre este tema) si descontamos a los “candidatos” y a los que, fuera de las
instituciones formales, buscan su formación profesional?
Del capullo a los bordes
Ahora distinguiré entre un “psicoanálisis de frontera” y un “psicoanálisis retraído”. Los separaré
maniqueamente para volver a juntarlos razonablemente, ya verán por qué. El de frontera
avanza conquistador sobre nuevos territorios. El retraído, ese psicoanálisis de puertas para
adentro, es casto, tan omnipotente como apocado, y muy engreído, porque se considera de vuelta,
en tanto ha estado, sí de ida, como el carro lo estuvo respecto del automóvil. El psicoanálisis
retraído considera que no tiene nada importante que aprender, que a lo sumo le basta repasar,
que el psiquismo humano es siempre el mismo y que el psicoanálisis ya ha dicho la última palabra.
Por eso administra y juzga todo lo humano. Por eso es insolente. Así las discusiones pueden
ser acaloradas pero no variadas. Suelen centrarse en quiénes son los verdaderos herederos de
Freud, de Lacan, de Klein. Los que no son de esa parroquia o no son de ninguna parroquia no
suelen asistir a ese debate cerrado, cuyo único público es el de los psicoanalistas en formación
en esa parroquia. (Creo que fue Clara Thompson quien describió como fatal la condición parroquial
del psicoanálisis. Fatal en el sentido de inevitable y en el de nefasto.) ¿De qué se habla
allí? De la formación de analistas, de las pertenencias institucionales, de la “identidad”, de las
filiaciones analíticas. Mas de lo que se debe ser y menos de lo que se debe hacer. Con lo cual lo
que se quería desalojar, las otras parroquias, vuelven por la ventana.

(Pero no quiero alargar el suspenso. Dije que volvería a unir lo que separé, no maniqueamente
sino para ver más claro. No todas las instituciones, no todos nosotros, ni en todo momento,
estamos solamente retraídos o solamente de frontera.)
¿Pero qué hace un psicoanalista en su consultorio? Como todo lo que se hace entre cuatro paredes
sólo es compartible a partir de un relato. Ejemplos: los relatos de un psicoanalista que
supervisa, los encuentros clínicos, los escritos acerca de la práctica. Los más talentosos, los más
trabajadores se diferencian por sus prácticas y/o sus producciones. Los otros se diferencian por
sus emblemas. Las “teorías”, cuando se las amaña y congela para conservar la identidad son
sólo contraseñas, passwords, como se dice ahora. ¿Y quién necesita confirmar su identidad? El
que no quiere o no puede hacerla navegar, sea porque la identidad ha naufragado, sea porque le
da mareos, agorafobia cualquier actividad de puertas para afuera. ¿Fragilidad narcisista? Exacerbado,
este narcisismo toma ribetes paranoicos: para sentirse analistas tienen que “demostrar”
que los demás no lo son. Es el terreno de los “petit maîtres”, de los petimetres, que desde su
capullo (clonado) creen que pasar consignas y denigrar a los otros es tener algo que decir.
No todo es alineamiento dogmático y esclerosis nostálgica. Son muchos los que se interrogan.
Pero como no son pedantes, a veces son un poco calladitos. ¿Por qué no legitimar sus prácticas
y sus teorizaciones? Ellos conforman el psicoanálisis de frontera que intenta ir más allá, y de
hecho va más allá. Sobre todo en los consultorios.
Si es necesario, estos heterodoxos (yo los llamaría simplemente “doxos”) modifican el encuadre,
modifican el estilo interpretativo, modifican la mar en coche, porque (recordémoslo) en
sus navegaciones suelen estar lejos de los puertos y les gusta tanto el camino como la posada.
En la posada, se dan a teorizar, a dar cuenta de los intrépidos viajes en que las brújulas sirven
pero no alcanzan. Viajes por las organizaciones narcisistas, los estados límites y el sufrimiento
en todos sus estados, aun de los no mapeados. Y sí: recuperar lo existente y producir lo que
nunca estuvo, o viceversa. Todo ello sin recurrir al lugar trillado, a las denominaciones gratas a
las corporaciones, por ejemplo esa de “psicoterapia analítica”, como si la turbulencia se dejara
explicar por el fácil comodín del cara y seca, o por la remanida oposición oro-cobre, o por el
anacrónico y “standardizado” 4 x 4 (4 sesiones semanales x 4 años).
Antes de pasar a las “psicoterapias” y, dentro de ellas, a la “psicoterapia psicoanalítica”, tendré
que seguir un poco con “psicoanálisis”, que es el sustantivo que da pie al adjetivo de estas últimas.
Como todo grupo político, el psicoanálisis intenta que los demás lo vean como un frente,
si no monolítico, por lo menos unido. Con la denominación de psicoanálisis se reúnen prácticas
tan heterogéneas que es fácil caer en dos extremos: o todas lo son o solo una. Muchos debates
nacen de una necesidad de los “teóricos” más que de una necesidad de la teoría: la pretensión
de ser los únicos herederos de Freud.
Lo “ortodoxo” en psicoanálisis no alcanza para acercar a los psicólogos del yo y a los franceses.
Los kleinianos, si bien se consideran fieles al encuadre freudiano, no son considerados ortodoxos
por los no kleinianos. Los lacanianos (si bien sostenían, en sus comienzos, un “retorno a Freud”,
que ha terminado como meros shibolet, password o contraseña) se han tomado las mayores libertades
con el encuadre. Los reproches de los “unos” a los “otros” ilustran la heterogeneidad
del psicoanálisis contemporáneo: “ortopedia” psicoanalítica (a los norteamericanos); maternaje
abusivo (a los británicos); racionalización del fracaso y culto a la desesperanza (a los lacanianos),
e indiferencia explícita por el sufrimiento de los pacientes (todos los franceses). (Green,
1983)
La marca registrada “psicoanálisis clásico” es un intento nada inocente de monopolizar los
tratamientos. Pero no deja de ser equívoco. ¿A qué se llama “clásico”? El Quijote es un clásico.
Algo que un hombre culto debe conocer, algo que es más estudiado que leído como novela. Y
una novela para novelistas. Pero nosotros no queremos un psicoanálisis para psicoanalistas y
para futuros psicoanalistas. ¿No es cierto que no?
Y si he logrado hacerme entender, mi vuelta a Freud (lo digo en primera persona porque esto
siempre es un asunto personal) no implica restauración de Freud y del pasado y descarte de los
postfreudianos, muchos de ellos tan valiosos (aún en sus “desviaciones”) sino porque en lo que
a nuestro tema atañe: “los desafíos de la psicoterapia psicoanalítica” sigo pensando que las
propuestas técnicas freudianas, a pesar del tiempo transcurrido, se acercan a lo que acontece
en mi consultorio más que muchas de las que vinieron después. Y no se trata de contraponer a
Baudrillard con Aristóteles ni, lo que sería más exagerado aún, a Cervantes con Corín Tellado.
Es que las propuestas de Freud no son solo clásicas sino vigentes, en tanto integran el sutil rigor
de una escucha con la singularidad y la libertad que deben estar en juego en cada proceso
analítico.
El psicoanálisis “puro”, “ortodoxo” o “clásico” más que totalizante se demostró reduccionista.
Procura que las indicaciones sean evaluadas: sólo cree aptos para el análisis a algunos elegidos
(Al resto se le ofrece “nada más” que psicoterapia.) Propició la identificación a ciertos aspectos
de Freud: al cirujano más que al combatiente, al espejo indiferente más que al arqueólogo apasionado,
al metapsicólogo riguroso más que al militante de la cultura que escribió “El Moisés”
y “El porvenir de una ilusión”. Propone un psicoanalista “objetivo”, impasible, espectador de
un proceso “standard” que se desarrolla según etapas previsibles. A ese psicoanálisis “puro” se
lo presentó como garante de la ortodoxia freudiana.
¿Y el análisis “ortodoxo”? Caramba, ¡que palabrita ésta, ortodoxo! Como tengo a mano el CD
de Freud, me fijo en cuántas veces la usó Freud. Y advierto que no la usó ni una sola vez, por
lo menos López-Ballesteros no la usó nunca. Por las dudas, recurro al diccionario, para ver
qué dice de ortodoxia. Y dice: “Conformidad con el dogma católico; con respecto a cualquier
doctrina, conformidad con ella”.
¡Que discordancia entre lo que se entiende por “ortodoxo” con la actitud de Freud! Freud no
propone un activismo, sino una actividad. La asepsia afectiva (metáfora del cirujano) no se refiere
a una anestesia. La ortodoxia es definida por las corrientes que hegemonizan el psicoanálisis
en un momento yen una región específica. En la década del 60 en Buenos Aires ser kleiniano
era ser ortodoxo. Por el contrario, en Estados Unidos, Klein era considerada heterodoxa. Este
nivel es macroscópico: lo que es ortodoxia en una institución, es heterodoxia en otra. Cuando
la heterodoxia deviene oficialismo se convierte en ortodoxia. A esa ortodoxia se refiere –no sin
ironía- Barthes: “Si es una doxa de derecha, lo privado sexual es lo que más lo expone a uno;
pero si es una doxa de izquierda, la exposición de lo sexual no constituye una transgresión:
lo privado –en este caso- son una serie de rasgos burgueses que contradicen lo que puede ser
dicho, lo que se espera que uno diga”. En psicoanálisis: ¿que es lo inconfesable, y en relación
con que ortodoxia? ¿Cual es la doxa que impera actualmente? En nuestro medio ser freudiano
fue considerado no ortodoxo ¿no es paradojal? ¿Quién puede sostener, frente a pacientes que
no sean candidatos, ni analistas, ni creyentes, una arrogancia autosuficiente, una postura oracular,
una asimetría leída en vaya a saber qué libro? Y repito ¿por qué? ¿De qué análisis personal
provienen, ellos pero más que nada sus posturas? ¿De qué supervisiones? ¿Qué tiene eso de
freudiano? Ni pido que sea freudiano. ¿Qué tiene eso de bueno?
Eso es –si nos aplicamos a nosotros mismos esos tecnicisismos duros que solemos aplicar a los
demás-mera “idealización” retrospectiva, sin asidero en los escritos de Freud y menos en su
práctica.
Lo propio de un ideal tal radica, precisamente, en la imposibilidad de su realización. Lo real se
le insubordina. La idealización insiste. A las diferencias las tilda de deficiencias, de “debilidades”,
las tacha, intenta extirparlas.
Los más analistas de los analistas, acostumbrados a las fronteras, como nunca ataron las prácticas
a las teorías, pueden atender pacientes singulares con sus prácticas singulares, sea en el
hospital, sea en el consultorio. Las incongruencias, las inconsistencias y hasta las “desviaciones”
pueden ser saludables.
Asumir la distancia entre el ideal y la práctica de uno, la posible, es asumir una brecha. Es
reflexionar sobre las operaciones teóricas y metodológicas que se ponen en juego en la producción
de las diversas situaciones clínicas. No para cronificarlas en crónicas sórdidas o vistosas,
sino para pensarlas: transformar un recorrido práctico en experiencia teórica. En vez de practicar
teorías, teorizar las diversas prácticas en que estamos implicados (Lewkowicz).
¿Estuvieron alguna vez en una jam session? Allí los expertos músicos del jazz improvisan
porque no son improvisados. ¿A qué ortodoxia, a qué libreto puede recurrir el analista ante un
“estado límite”, una caracteropatía, una organización narcisista? El típico contrato analítico
“standard” es improductivo y es modificado, porque aun el contrato “standard” debiera considerar
al paciente y la cura, por encima del encuadre. Pero quizás el arriesgado practicante del
análisis sea “prudente” y al intercambiar con sus colegas en su institución no hable de las cosas
que pasan, y que entonces pasan sin los beneficios del intercambio y la teoría.
¡A ese consultante que ha cambiado! Tráiganlo al consultorio, al hospital, a donde sea, pero
tráiganlo. No por la fuerza (tampoco vendría) sino por la oferta de análisis. Es muy infantil eso
de esperar la demanda de análisis, como perezosos herederos de la oferta creada por Freud y
por todos los analistas de frontera. Hasta hace poco parecían personas inanalizables por uno o
más motivos: beneficios secundarios, modalidades transferenciales, ausencia de vida fantasmática,
tendencia a la actuación, a la somatización, crisis agudas, duelos masivos. Personas a las
que se le ofrecía otro cobre: el fármaco, la pastillita1. Personas que desde hace no tan poco son
tratables, y no digo analizables porque no quiero hoy abrir la polémica sobre la analizabilidad,
tema enturbiado por los relatos místicos sobre finales de análisis, destituciones subjetivas y
atravesamientos de fantasmas.
Los estados límites y las organizaciones narcisistas son tratables. Eso nos consta a los que
estamos aquí. Cada uno de nosotros trató varios pacientes con esas características. También
nos consta que esta zona de la teoría está menos trabajada, por ejemplo, que “la inyección de
Irma”.
Se necesita que el método2 del analista, deviniendo estrategia, incluya iniciativa, invención,
arte. En la ciencia clásica el método es un conjunto de aplicaciones que tienden a poner el sujeto
entre paréntesis, como si el observador pudiera ser eliminado para siempre. Se suponía que los
objetos existían independientemente del sujeto. El sujeto era o bien perturbación o bien espejo:
simple reflejo del universo objetivo.
Si el psicoanálisis no quiere ser obsoleto, como los agoreros y los pusilánimes dicen que lo es,
tiene que ser contemporáneo. Tiene que ponerse al día y mirar en derredor. Hoy no tengo espacio
sino para mencionar las ideas de Morin, de Atlan, de Castoriadis, de la teoría de la complejidad,
a los que ya divulgué en Narcisismo. (Y tengo la esperanza de haber hecho un poco más.)
Afirmé que se necesita que el método devenga estrategia. La estrategia supone incluir la incertidumbre
y obliga a abandonar esa mala costumbre de pedirle recetas al método3. Implica
interrogar los diversos contratos analíticos y sus cláusulas. Algunas son imprescindibles y otras
pueden (y deben) ser modificadas en función tanto de lo “estructural” como de lo coyuntural del
analizando. Si se entiende “valetodo” es porque me expreso mal o se me lee mal. Hay actitudes
técnicas y teóricas incompatibles con el psicoanálisis, lo cual no deja de ser un tema para volver
a pensar, e incluso para pensar por primera vez.
No fueron pocos los autores que, renunciando a la comodidad de lo consabido centraron su investigación
en las experiencias de fusión primaria en la cuales la relación sujeto-objeto intenta
preservar los límites precarios del yo y privilegiaron la predominancia de la organización dual
narcisista en relación con la organización triangular edípica. Modificaron la técnica “de libro”
porque el analizando ya no era “de libro” ni nunca lo había sido.
No perdamos de vista a las personas. Y si lo nuestro es la escucha, no dejemos de escuchar a
las personas, que no todas se parecen al “Hombre de los lobos” ni a Woody Allen. Personas
con incertidumbre sobre las fronteras entre el yo y el objeto. Fusión con los otros anhelada o
temida. Fluctuaciones intensas en el sentimiento de estima de sí. Vulnerabilidad a las heridas
1 Aclaro que no en pocas ocasiones los psicofármacos me parecen un recurso necesario. Lo que fustigo aquí es la sustitución
sistemática de la terapia por el psicofármaco.
2 Método es el conjunto de los procedimientos que se emplean para descubrir la verdad o probarla en el interior de una disciplina,
procedimientos condicionados por el objeto de cada ciencia.
3 Un programa, en cambio, sólo es útil cuando las condiciones no se modifican ni son perturbadas. Un programa es algo que
unos aplican y otros obedecen, algo que se presta a la “bajada de línea”.
luishornstein.com
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narcisísticas. Gran dependencia de los otros o imposibilidad de establecer relaciones significativas.
Inhibiciones y alienación del pensamiento. Búsqueda del vacío psíquico. Predominio de
defensas primitivas: escisión, negación, idealización, identificación proyectiva.
No se trata de sustituir una problemática centrada en la angustia de castración por otra centrada
en las angustias que expresan una labilidad de las fronteras entre el yo y el objeto (angustias
de separación, intrusión, fragmentación), sino de integrarlas, lo que he intentado en los últimos
años.
La perturbación narcisista se hace notar como riesgo de fragmentación, pérdida de vitalidad,
disminución del valor del yo. Una angustia difusa. Una depresión vacía.
Las cuestiones abiertas por las descripciones clínicas son: ¿es el trastorno narcisista una labilidad
yoica, se refiere a la pobreza de la autoestima, predomina la indiscriminación con el objeto?
¿Está vinculado a un exceso de agresión, a un déficit de la cohesión o del valor del sentimiento
de sí? ¿Se refiere a dificultades para la investidura de objeto o más bien es la vulnerabilidad ante
objetos investidos? (Morrison)
¿Ahora la luna está más cerca o ahora se la puede observar mejor? ¿Hubo cambios en la psicopatología
o en el tipo de pedido de ayuda? En la postmodernidad la tradición ya no tiene la fuerza
legitimante que tuvo, por ejemplo, en la época de Freud. Ahora ¿cuál es la Ley? Se rechazan
las certidumbres de la tradición y la costumbre. ¿Y se las reemplaza con qué? Me temo que con
otras certezas. La identidad deviene precaria al perderse anclaje cultural junto con sus puntos
de referencia internos. La subjetividad se retrae hasta un núcleo defensivo, ensimismándose.
Todavía queda jugo en la noción de narcisismo. Conceptualizar la oposición-relación entre yo
y objeto es insoslayable. Y una reflexión sobre el narcisismo es también una reflexión sobre el
sujeto. Si bien el retiro narcisista puede ser la salida a un sufrimiento hoy se reconoce el aspecto
trófico del narcisismo. Gracias a él la actividad psíquica mantiene la cohesión organizacional, la
estabilidad temporal del sentimiento de sí y la coloración positiva del sentimiento de estima de
sí. El sentimiento de estima de sí es tributario de una historia (libidinal e identificatoria), de los
logros, de la configuración de vínculos, así como de los proyectos que desde el futuro indican
una trayectoria por recorrer.
No hace falta ser un sentimental para observar unas personas especialmente sensibles a los
fracasos, las desilusiones, los desaires. No hace falta practicar el maternaje para ejercer con
estas personas. La configuración objetal suele ser variable y lo que es decisivo es la función que
el otro desempeña en la preservación de la identidad o de la autoestima. En sus encuentros y
logros dos interrogantes resuenan: ¿quién es yo? Y ¿cuánto valgo yo?4
4 Un error habitual es la unificación clínica del narcisismo y la pretensión de encontrar una explicación metapsicológica universal
para cuadros clínicos diferentes. Propuse en otro texto algunos ejes que, respetando su diversidad, organice la clínica
del narcisismo según criterios metapsicológicos: Del sentimiento de sí (cuadros borderline, paranoia y esquizofrenia); del
sentimiento de estima de sí (depresión, melancolía); de la indiscriminación objeto histórico-objeto actual (elecciones narcisistas,
diversas funciones del objeto en la economía narcisista); del desinvestimiento narcisista (clínica del vacío). Ejes que no
pretenden abarcarlo todo sino hacer justicia a la complejidad de las problemáticas narcisistas. (Hornstein, 2000)
Cada objeto tiene una o varias funciones en la fantasmática de un sujeto: ¿realización del deseo?
¿neutralizar angustias? ¿prótesis? ¿sostén? Si es sostén, ¿lo es de la autoestima o de la
integridad yoica? Se requieren estas precisiones.
¿Como son las investiduras narcisistas? Repasemos. Se proyecta sobre el objeto una imagen
de sí mismo, de lo que se ha sido, lo que se querría ser o lo que fueron las figuras idealizadas.
El amor narcisista, en todas sus variantes, se caracteriza por no investir al objeto más que en
función de la indiscriminación que éste tiene con el sujeto, sea que se manifieste por el exceso
de proyección de problemáticas yoicas, sea en la búsqueda de un ideal o de una representación
nostálgica. La proyección permite evitar la confrontación con la alteridad.
Dependencia de los otros o defensa contra dicha dependencia. Si se busca la fusión es porque,
solos, temen perder su sentimiento de sí o su sentimiento de estima de sí. Lo intolerable es la
alteridad. Así como un exceso de presencia es intrusión, un exceso de ausencia es pérdida.
Otros, por el contrario, se defienden contra el peligro fusional. Preservan su distancia por miedo
a perder sus propios límites y su sentimiento de identidad. Tienden a la autosuficiencia negando
toda dependencia. Entablan vínculos sólo transitorios o, si perduran, los desinvisten libidinalmente.
Es otra modalidad de vulnerabilidad narcisista. La defensa surge ante la posibilidad de
que una respuesta no empática genere una hemorragia narcisista. Estas defensas se ubican en
relación a los vínculos. El supuesto de que todos los mecanismos de defensa son intrapsíquicos
debe ser revisado ya que en estos casos la defensa apunta al exterior. Tampoco se ha dicho todo
de escisión y desmentida. Traigámosla a colación.
En las organizaciones narcisistas hay un estado de alerta. La frialdad, la distancia, la indiferencia
se convierten en escudos contra los golpes que vienen del otro y de la realidad. En cambio, investir
al objeto es exponerse al abandono y reavivar las angustias de intrusión y de separación.
La relación entre investimientos, duelos e identificación implica revisar nuestra concepción de
la tópica psíquica: sistema abierto o cerrado. ¿Cuáles son los efectos que las pérdidas de objeto
tienen en la organización psíquica? Pensar en un sistema abierto que intercambia informaciónenergía
pero también funciones entre el sujeto y el objeto, implica una crisis en el paradigma
de la internalización.
¿No les parece que la depresión ha pasado a ser, a finales del XX, nuestro principal malestar
íntimo? ¿En qué medida es reveladora de las mutaciones de la individualidad?
Roudinesco piensa que al sufrimiento psíquico se manifiesta hoy predominantemente bajo la forma
de depresión. En ella se mezclan “tristeza y apatía, búsqueda de identidad y culto de sí mismo”.
Algunos se lamentan por la pérdida de referentes con el consecuente debilitamiento de los lazos
sociales. Más bien estamos enfrentados a la confusión entre múltiples referentes que a su pérdida.
Kohut ha inventado dos prototipos: el Hombre Culpable y el Hombre Trágico. El Hombre Culpable
estaba desgarrado por los conflictos, exhausto por la tensión entre lo que se permite y lo que se prohíbe.
Pero si la neurosis es el drama de la culpabilidad, la depresión es la tragedia de la insuficiencia.
El Hombre Trágico está desgarrado por una compulsa entre lo posible y lo imposible. ¿Tragedia
en 2001? ¿Tragedia u Hombre Light? La depresión es el mediador histórico que hace retroceder
al hombre conflictual, acechado por la neurosis, en provecho del hombre fusional, a la búsqueda
de sensaciones para superar una tristeza o una intranquilidad permanente. Un sentimiento de
agobio respecto del presente invade los espíritus. La rigidez de las condiciones
materiales de vida y ese nuevo Holocausto, postmoderno, la Exclusión, confirman el hundimiento.
La depresión es la pantalla del hombre sin guía, es la contrapartida del despliegue de su energía.
La depresión es patología de la temporalidad (no hay futuro para él) y de la motivación (él no tiene
“fuerzas”). A veces aparenta despreocupación, y creo que a eso se le llama “Hombre Light”.
Ante estos “estados límites”5 es preciso discutir los fundamentos del método. Conjugar rigor
metapsicológico y plasticidad técnica en lugar de técnica rígida y confusión teórica en relación
a los fundamentos.
Al aumentar el respeto por los “límites de lo analizable” y por los pacientes en los límites de
lo analizable, crecieron el campo de lo analizable y el interés por la contratransferencia, que es
algo más que interferencia nefasta: los afectos del psicoanalista son utilizables para acceder al
inconsciente del analizando. En la práctica (porque muchas veces los pensamientos surgen en
la práctica) surgió la posibilidad de entender la contratransferencia como una creación. Si hay
una implicación subjetiva del psicoanalista en el proceso analítico (y sin duda la hay), lo que
corresponde es asumirla y estudiarla.
El modelo “clásico” rechaza toda implicación subjetiva del psicoanalista. Pero despojarse del
inconsciente ¿es posible, es deseable? ¿Podría el psicoanalista investir sólo desde el yo? El
psicoanálisis no supone un yo autónomo ni un psicoanalista que no sea, por su parte, un sujeto
participante (de manera diferente, desde luego, al analizando) en la situación psicoanalítica. La
asimetría es insoslayable, pero también lo es el compromiso mutuo. No es paradoja. La relación
analítica tiene caracteres de no equivalencia, tanto en el amor como en el sufrimiento. Al amor
de transferencia no le responde un amor contratransferencial y, más bien, si esto ocurre, pone
en riesgo el proceso analítico. La ética analítica supone hacer reconocer al analizando que,
una vez que se ha superado la etapa de la lactancia, ningún otro sujeto puede convertirse en
poseedor exclusivo de los objetos necesarios para la preservación de la vida (Aulagnier).
Para ejercer, el psicoanalista no espera a terminar o a dejar su propio psicoanálisis. O sea, muchos
analistas analizan con sus conflictos a cuestas, e incluso yo diría que todos. Se me dirá
que sí, que bueno, pero que es posible dejar los conflictos propios en el perchero, que mientras
supervise, que mientras predomine el “deseo de analizar”… Difícilmente lo hará “sin memoria
y sin deseo”, con el único deseo de analizar. Si fuera así, tendría que dedicar unas cuantas
5 Los “estados límites” no son para mí una variedad clínica que pueda ser contrapuesta a otra (trastornos de identidad, neurosis
de carácter, personalidad como sí, personalidades narcisistas, etc.) sino más bien, la frontera de la analizabilidad, en relación
con lo que se suele llamar el análisis “clásico”.contracatexias a los otros deseos. Nuevamente se abren opciones. 1. Hacer como que no pasa
nada y entonces es probable que no pase nada, que no se hable. 2. Asumir que pasa y pasar a
estudiar qué pasa.
Hace ya unos años afirmé: “Mediante su implicación subjetiva el analista multiplica potencialidades
y disponibilidades en la escucha proporcionando una caja de resonancia (historizada
e historizante) a la escucha”. ¿Eso es manipular? ¿Eso implica prótesis?
Un psicoanalista es una trayectoria, alguien que debate (y se debate) con la clínica, con los textos,
con su propio psicoanálisis, con las mil facetas de su vida. Alguien dispuesto a la historia
y a trabajar la historia, la diferencia. Su afiliación es a un trabajo de pensamiento no a instituciones
ni líneas. Desde una trayectoria se puede pensar la praxis mientras que una línea es algo
que se aplica. Pretender un psicoanalista robotizado, ahistórico, reductible a una función es una
exigencia que desvitaliza la experiencia psicoanalítica o conduce a ese escepticismo, cultivado
por tantos, que propicia un ideal desmesurado cuya realización práctica enfrenta obstáculos
insalvables. Precio que la idealización siempre se cobra.
Nos cuestan los adioses, porque ¿hacia dónde se parte sino hacia lo desconocido? Pero cuando
uno está decidido a partir mejor es despedirse.
Adiós al psicoanalista “objetivo”. Adiós al receptáculo que recibe las identificaciones proyectivas
sin añadirles los elementos propios de su realidad psíquica por temor a añadir algo de su
cosecha. Y así volvemos a pensar también la neutralidad psicoanalítica.
Disponemos de una teoría, un método y una técnica pero precisamente la metapsicología freudiana
se autolimita al indicar los límites de la teoría en la práctica. El método supone rehusarle
el saber al analizando pero, además, rehusárnoslo a nosotros mismos. (Laplanche)De mil maneras
–pero sobre todo por su propio análisis– el psicoanalista se cuidará de tomar por conocido
lo desconocido. En lo teórico tal es el aporte de la teoría de la complejidad. Más que una mente
en blanco, una mente libre para investir cada proceso analítico en su carácter único.
La escucha psicoanalítica, ni totalmente pasiva ni totalmente desinformada, no es la aplicación
de un conocimiento teórico. Día a día el psicoanalista va procesando sus lecturas, su experiencia
clínica, su propio psicoanálisis, sus identificaciones significativas, su participación en diversos
colectivos, va complejizando su escucha, siempre entre la ortodoxia y el espontaneísmo. Teorización
flotante es esa selección de lo que conoce el psicoanalista respecto al funcionamiento
psíquico y posibilita la movilidad de sus pensamientos en la escucha (Aulagnier). La “teorización”
podría tornarse tan consciente, tan sistemática que dejara de flotar. La racionalidad podría
no ser sino racionalización (Morin). Y el espontaneísmo no suele implicar espontaneidad sino
lo contrario: una conducta previsible, no menos rígida que la teoricista, sólo que antiteórica.
Por momentos el analista se muestra autosuficiente. Sus lecturas –al menos tal como ellas aparecen
en las bibliografías– no parecen precisamente una aventura. No tiene consecuencias en su
vida que Freud haya advenido psicoanalista en un cruce de caminos, en intertextualidad.
Y hoy, para los que vinimos después de Freud, preservar el psicoanálisis es descubrirlo cada
día. Hacerlo contemporáneo. Sólo un psicoanálisis que preserve capacidad de implicación logrará
inscribirse productivamente en el conjunto de las prácticas.
Trabajando en los bordes el psicoanalista puede apoltronarse en la técnica “clásica” que en estos
casos acarrea aburrimiento, si no algo peor. O puede ejercer, poner a prueba su singularidad, la
del paciente y la del psicoanálisis. Afortunadamente hubo y habrá “psicoanalistas de frontera”
que renuncian a la comodidad de los capullos.
Hacer conciente lo inconsciente, donde ello era yo debo devenir
Cuando inicio un tratamiento imagino un horizonte de metas deseables, tanto clínicas como
metapsicológicas. Respecto de las metas, las formulaciones metapsicológicas de Freud van variando:
hacer consciente lo inconsciente, resolver fijaciones, rellenar lagunas mnémicas, “donde
ello era yo debo devenir”. Y también los indicadores clínicos: desaparición de síntomas, de
inhibiciones y angustia, aumento de la capacidad de rendimiento y de goce, etc. Ponerme metas,
tener en cuenta las de Freud, estar dispuesto a cambiarlas, creo que no me hace perder atención
flotante. Al fin y al cabo, atención flotante es atención, no estar en el aire. Es la espontaneidad
de alguien entrenado, marcado por la teoría, preparado para curar.
La cura aspira a modificar unas relaciones intersistémicas singulares, y no a cumplir con un
ideal previsto y prefijado de un analizando modelo. Aspira a sustituir “la miseria neurótica por
el infortunio ordinario” (Freud, 1895) pero sin perder de vista que los caminos de cada uno son
indisociables de una historia. Son eternas las controversias acerca de si el análisis produce o no
modificaciones de “estructura”. Eternas e inconducentes si no se aclara de qué se está hablando.
¿Qué es estructura? Considero que hay cambio de estructura cada vez que se produce una
transformación dinámica y económica de las relaciones del yo con el ello, superyó y realidad
exterior. Como consecuencia de esa modificación, surgen otros desenlaces para el conflicto, lo
que modifica las formaciones de compromiso.
Este concepto, “formaciones de compromiso”, le viene bien a mi clínica, quizá por ser a la vez
clínico y metapsicológico. La forma de entender el conflicto y, en consecuencia, las formaciones
de compromiso condiciona la práctica. El síntoma, después de Freud, no enceguece ni
encandila como lo hacía y aún lo hace en una psiquiatría descriptiva. La psicopatología psicoanalítica
intenta aprehender ciertas constelaciones sintomáticas vinculándolas con los conflictos
subyacentes y la trama metapsicológica. Así, el sentido de un síntoma, de un rasgo de carácter,
de una inhibición es enfocado en la perspectiva de toda una vida y en la trama del conflicto que
lo origina. “Historia”, “conflicto”, “formaciones de compromiso”, “repetición”, “sexualidad”,
“transferencia”. Si en los libros son conceptos, en mi praxis son pilares. Pilares de mi esfuerzo
por escribir, pilares de mi atención flotante, en el consultorio y fuera del consultorio, donde
soy, más que nunca, transdisciplinario. Por ellos puedo confiar en la capacidad de innovación,
de invención de las personas, que pueden -mediante esa simbolización historizante que es el
análisis- librarse, y a veces mucho, de la compulsión de repetición.
En Práctica psicoanalítica e historia (1993) postulé prototipos de formaciones de compromiso:
el síntoma, el sueño y el chiste. Y dije que me dedicaría a estudiar la serie del chiste: el jugar, el
humor, la sublimación, los vínculos actuales.
El chiste es “juego desarrollado” (como lo caracterizaba Freud) a diferencia de otras formaciones
de compromiso en que predomina la repetición. El chiste supone una concordancia psíquica
con el otro, un placer procedente del inconsciente, una cooperación de los sistemas.
“Juego desarrollado” es también la sublimación, en ella algo especial ocurre con el fin y el
objeto de la pulsión. Los distintos estratos psíquicos son permeables. Las investiduras móviles.
Se constituye una intersección entre lo privado y lo público. La sublimación no es solo el resultado
de una tensión hacia el ideal sino una vicisitud pulsional procesada desde la complejidad
de una historia identificatoria que permite desplazamientos simbólicos de los objetos y metas
primordiales.
“Juegos desarrollados” son también los vínculos actuales, cuando reconocen la alteridad del
objeto en relación al objeto fantaseado, renunciando a la fantasía narcisista de identidad. Renuncia
que no siempre hacen los teóricos, al menos en sus escritos, que tienden a pensar la
subjetividad bajo una modalidad solipsista. Postular es una acción aparentemente de autoafirmación
pero más bien arriesgada. Uno postula y después le lluevan la crítica y los palos. En
Narcisismo postulé una metapsicología del chiste como formación de compromiso. Escribí:
“Desde el punto de vista tópico hay predominio -aunque no autonomía- del yo en relación
con el ello y el superyó. Desde el dinámico prepondera Eros sobre la pulsión de
muerte. Desde el económico predominan la energía ligada sobre la libre, y el proceso
secundario sobre el primario”.
Tramitados mediante formaciones de compromiso de la serie del chiste, conflictos que hubieran
conducido a un empobrecimiento libidinal y narcisista, producen una historia no estática sino
en movimiento, transformando las necesidades singulares en finalidades originales y convirtiendo
sus labilidades en potencialidades creativas. Una historia no inmóvil conjuga permanencia
y cambio.
Establecer diferencias clínicas en cuanto a las distintas modalidades de resolver el conflicto
brinda fundamentos metapsicológicos para establecer metas legítimas, interiores a cada proceso
analítico y evita un análisis moralista o con predominio ideológico.
El chiste, el jugar, la sublimación, el humor, los vínculos actuales son simbolizaciones abiertas
que al conjugar pasado, presente y futuro articulan la repetición con la diferencia posibilitando
el surgimiento de lo nuevo.
Si bien todos los analistas coincidimos en que la tarea analítica consiste en “hacer consciente lo
inconsciente” o “donde ello era yo debo devenir”. ¿Cómo las entendemos actualmente?
Hacer consciente: El significado de este lema fue variando. En sus primeros trabajos, Freud
pensaba que el acceso a la conciencia bastaba para anular la eficacia de lo inconsciente. Desde
1914 postula que la insistencia repetitiva del inconsciente sólo podrá ser contrarrestada -parcialmente,
por supuesto- por la reelaboración. La pulsión de muerte será, a partir de 1920, lo
que exige esa reelaboración.
¿Qué es lo inconsciente? En los primeros trabajos freudianos se originaba en el trauma. En
1900 fue conceptualizado como un sistema. Lo inconsciente freudiano incluye, a partir de la
segunda tópica, el inconsciente reprimido, aspectos inconscientes del yo; el ello (inconsciente
congénito) y lo inconsciente del superyó. Lo inconsciente será, desde entonces, un sistema de
deseos, de identificaciones, de valores interiorizados. Lo inconsciente es mantenido fuera de la
conciencia por contrainvestiduras y mecanismos de defensa (que también son inconscientes).
Lo inconsciente sólo accede a la conciencia a través de formaciones de compromiso. Si bien el
Edipo es estructurante, mediante la retroacción las experiencias ulteriores producen resignificaciones.
Que el Edipo sea estructurante no implica que esté definitivamente estructurado. El
concepto de recursividad nos ayuda a entender cómo las experiencias actuales modifican las
pasadas. La crítica al determinismo nos conduce a pensar las series complementarias diferenciando
potencialidades abiertas a partir de la infancia y nos libra de prejuicios fatalistas.
Postular un determinismo causal absoluto de todo lo que acontece en el universo (en el que todo
lo no determinable sea nada más que todavía-no-determinable, un todavía atribuible a nuestra
ignorancia) implica postular que todo fenómeno puede ser predicho, de hecho o de derecho.
De hecho, a partir de leyes causales que conocemos. De derecho, a partir de determinaciones
todavía ocultas. Ese determinismo duro implica negarle a lo nuevo la posibilidad de existir. Si
el azar no es más que una ilusión debida a nuestra ignorancia de un determinismo escondido,
entonces la posibilidad de la emergencia de lo nuevo, es también una ilusión. (Atlan, 1990)
La compulsión de repetición es una simbolización que se repite. Pero ¿toda simbolización está
condenada a la repetición? ¿Con que categorías pensar el advenimiento de lo nuevo? No hay
por qué optar entre un psiquismo determinado y un psiquismo aleatorio, que es un dilema falso,
como los siguientes: orden y desorden, determinismo y azar, sistema y acontecimiento, permanencia
y cambio, ser y devenir.
Pensar el psiquismo como un sistema abierto, permite reflexionar acerca de la trama relacional
constituida por los otros primordiales y sus realidades psíquicas singulares. El edipo no es sino
esa trama relacional y la realidad psíquica es la apropiación fantasmática de la trama edípica
donde se articula determinismo (en cuanto a ciertos constituyentes estructurales) con azar
(acontecimientos no reductibles a la estructura).
En la segunda tópica, Freud enfatiza los efectos estructurantes de la identificación. Estructuración
que se da en el seno del Edipo, teniendo como borde la angustia de castración. Las implicaciones
del Edipo, con todos sus componentes y condiciones (prematuración, dependencia
prolongada, bisexualidad psíquica, ambivalencia), es integrada con el dualismo Eros-pulsión
de muerte. El trabajo analítico consiste, de ahora en más, en ese interminable trabajo de duelo
del Edipo que testimonia, en sus múltiples formas, el desamparo radical: desamparo de la prematurez,
desamparo ante las exigencias pulsionales, desamparo ante la omnipotencia del otro
primordial (Hornstein, 1988).
Los aspectos inconscientes del yo y del superyó, y la introducción de la compulsión a la repetición
situada más allá del principio de placer configura una teoría del conflicto que desborda el
campo de la oposición preconsciente-inconsciente y que obliga a Freud a encontrar una teoría
de lo psíquico, donde el conflicto entre instancias pueda tener una representación tópica.
Freud (1925) dice que el Edipo es “tanto el punto culminante de la vida sexual infantil como el
punto nodal desde el que parten todos los desarrollos posteriores”. Reconoce así que irradiará
hacia la vida ulterior, precisamente porque es núcleo.
Gracias al pensamiento complejo, los encuentros, los traumas, los duelos, los vínculos van
tomando otro lugar, en la teoría y en la clínica. La represión originaria, el pasaje del yo de placer
al yo de realidad, el sepultamiento del complejo de Edipo, la metamorfosis de la pubertad
y todo duelo que produce una recomposición identificatoria pueden y deben ser considerados
procesos de autoorganización.
Al psicoanalista, la retroacción le permite abarcar la historia sin constreñirla, y al paciente,
resignificar los traumas infantiles que pierden cierto carácter compulsivo. Ello supone recursividad
entre historia reciente e historia infantil. Recursivos son los procesos en que los productos
son al mismo tiempo productores de aquello que lo produce. Un ciclo autoorganizador reemplaza
una linealidad causa-efecto.
Si en las referencias a la historia pensamos en estados alejados del equilibrio descubrimos que
mediante la transformación del azar en organización el psiquismo desarrolla potencialidades.
Lo esporádico, lo infrecuente es el equilibrio y la simplicidad. Lo incesante es la turbulencia.
Vista así la historia del psiquismo -a la vez destructora y creadora- volvemos a pensar las series
complementarias.
Freud articula fijación y frustración al tratar teóricamente la historia. Es verdad que, hijo de su
tiempo, estaba prevenido contra la fluctuación, el ruido, el desorden o el azar, pero en sus modelos
siempre hay un lugar para lo aleatorio. Y al leer sus casos clínicos y sus referencias clínicas, advertimos
una relación compleja, especificada por formas y circunstancias históricas concretas.
Freud articula dos estrategias cognitivas, una que reconoce lo singular, lo contingente, con otra
que capta la regla, la ley, el orden. El psicoanálisis avanzará si combina el determinismo y el
azar, la teoría de las máquinas y la teoría de los juegos.
Examinemos ahora “donde ello era, yo debo devenir”.
En el ello se aloja el nuevo dualismo pulsional: Eros y pulsión de muerte. A pesar de la introducción
del ello, en su práctica Freud privilegia lo inconsciente reprimido, al que, como al
sueño, sólo se lo puede interpretar por las asociaciones del analizando.
“Yo debo devenir.” Pero “yo” quiere decir tantas cosas para los posfreudianos. Ningún concepto
ha conocido tantas revisiones. Autores hay que recalcan un aspecto. Otros, en cambio,
intentan completar, agregando un sí-mismo como instancia representativa de las investiduras
narcisistas.
Podríamos simplificar: restringirnos, como muchos, con un solo yo. O tolerar una convivencia
pacífica, entre un yo-función y un yo-representación renunciando a la búsqueda de articulación.
Pero reducir el yo a su función adaptativa implica renunciar a su dimensión historizante, así
como, a la inversa, hacer del yo una imagen engañosa implica subestimar su función dinámica.
La duplicidad existe y es constitutiva del yo freudiano. Y en este caso hay algo más que oposición
teórica, pues la bipolaridad es propia del yo, bipolaridad en la que vengo trabajando.
Lacan y sus discípulos desecharon la segunda tópica freudiana. Sólo aquellos que por su independencia
teórica, no menos que institucional, pudieron mantener un distanciamiento crítico,
conjugaron las lúcidas críticas de Lacan a la concepción del yo autónomo con elaboraciones
que contribuyen a forjar una metapsicología de la instancia yoica.
El yo es autoalteración, lo cual supone un trabajo de duelo, de elaboración sobre las representaciones
identificatorias. Seleccionará aquellas que le permitan proseguir y consolidar su construcción
identificatoria articulando ser y devenir. Pondrá luego a prueba sus deseos y sus afectos y se comprometerá
en sus acciones, enunciando sus propios pensamientos y sus proyectos singulares.
Pensar al yo como devenir es ubicarlo en la categoría del tiempo y de la historia. El yo reconoce
diferencias entre la categoría del “ser” (registro narcisista) y la categoría del “tener” (registro
objetal). De la indiferenciación narcisista a la aceptación de la alteridad y del devenir. Una
teoría del yo debe dar cuenta de ese proceso concibiéndolo en proceso identificatorio, no sólo
identificado sino identificante; no solo enunciado sino enunciante; no solo historizado sino historizante;
no solo pensado sino pensante.
Psicoanálisis y/o psicoterapia
La conjunción psicoanálisis y psicoterapia no ha dejado de generar problemas. Es necesario
interrogarse sobre el sentido de esa conjunción que lejos de resolver el problema lo congela.
Nietzsche sugería efectuar una hermenéutica de la conjunción postulando que hay ciertos “y”
de mala ley. Todo “y” que se satisfaga con el eco seductor de los términos que conjuga debe
dilucidar previamente las problemáticas a que ellos aluden. Ciertas elaboraciones fueron postulando
una disyunción entre ambos términos: psicoanálisis o psicoterapia. No se trata de oponer
el análisis a la psicoterapia, sino de especificar lo diferencial de la terapia analítica con los otros
métodos terapéuticos (Hornstein, 1988).
No es que tenga todo el tiempo del mundo. Pero empiezo lentamente: “psicoanálisis” y “psicoterapia”.
Dos palabras, dos sustantivos, masculino y femenino, literariamente neutros. En algún
momento introduciré la “o” entre las dos. Por el momento ensayo poner a una como adjetivo de
la otra: “psicoanálisis terapéutico”. Una expresión insoportable para algunos colegas, a los que
no les gusta hablar de “cura”, y que dicen que la cura, si se da, se da por añadidura. Un enroque
del adjetivo, y daremos con “terapia psicoanalítica”, donde la queja podría venir de sistémicos,
cognitivos, psicodramatistas, en fin, de todos los que practican la psicoterapia.
Me tomo una tregua y uso una palabra neutral: “tratamiento”. Y propongo una meta compartible,
una palabra no médica. ¿No es el tratamiento un encuentro, si no con la Libertad, al
menos con una mayor libertad? La libertadme vino a la mente cuando pensaba en las psicoterapias
anteriores a Freud, tan alejadas de la noción de libertad. Entonces los psicólogos no
eran psicólogos clínicos. Sólo había psiquiatras y sacerdotes. Los más fundamentalistas de los
psiquiatras consideraban orgánicamente degeneradas a las personas con trastornos anímicos. O
sea, no consideraban que el trastorno fuera anímico. Y los psiquiatras más sutiles, consideraban
que las histéricas eran unas mentirosas. Sacerdote y psiquiatras trataban de meter en el redil
a las ovejas díscolas. La terapia sugestiva y la moral eran hegemónicas. Cada una a su modo,
pretendían suprimir los síntomas sin interrogarlos. La terapia sugestiva, apelando al poder que
emana de la transferencia prefreudiana. La moral, inculcando ideas consideradas superiores. Se
opera (sí, en presente, pues todavía así se opera) mediante consejos, exhortaciones y ejemplos.
Una intervención educativa que busca modificar las creencias y así transformar el conjunto de
la personalidad.
Freud propuso al psicoanálisis como alternativa: descubrió que podía valerse de la sugestión
para vencer las resistencias y así favorecer el trabajo analítico. E interpretaba la transferencia
para eliminar, tanto como fuera posible, lo sugestivo. La sugestión es un convencimiento “que
no se basa en la percepción ni en el trabajo del pensamiento sino en una ligadura erótica”
(Freud, 1921). El psicoanálisis conjuga ligadura erótica (repetición, transferencia) con trabajo
de pensamiento (recuerdo y reelaboración). Si sólo fuera ligadura erótica produciría sugestión,
casi un hechizo. Si solo fuera trabajo de pensamiento, produciría intelectualización.
En el rescate de la singularidad histórica estriba la diferencia del psicoanálisis con las terapias
sugestivas y morales, que algunos habían creído definitivamente derrotadas. El psicoanálisis
consiste en escuchar al otro como otro. El respeto por las marcas históricas intenta delimitar la
alteridad. Y en la práctica el lugar de la historia está emparentado con el que le otorgamos a la
historia en la constitución del sujeto y con el concebir la transferencia como un proceso histórico.
También con la conceptualización que tengamos de la historia colectiva.
La verdad histórica se construye partiendo de las inscripciones del pasado, pero es el trabajo
mancomunado el que generará lo nuevo, las nuevas simbolizaciones. No porque inventemos
cualquier pasado, ni porque develemos algo preexistente. Tampoco porque prescindamos del
intérprete. De los intérpretes, porque el analizando también lo es.
La cura analítica tiende a cambiar la relación entre el yo y los retornos de lo reprimido de manera
que pierdan sentido las inhibiciones, las defensas, la angustia, los síntomas y los estereotipos
caracteriales a los que el paciente se veía obligado a recurrir. Todo sujeto enfrenta desde el inicio
de su vida ciertos duelos, privilegia ciertos mecanismos de defensa, compone una realidad
vincular. Es de esta historia que el analista tratará de forjar una nueva versión sin sustituir la
historia singular por una universal, supuestamente proporcionada por la teoría. Nuestro trabajo
no consiste en interpretar toda manifestación clínica por remisión lineal a los fundamentos:
Edipo, narcisismo, castración, deseo. El recurso a causalidades universales en nuestras interpretaciones
es legítimo siempre que sea la excepción y no la regla.
¿Cuál son las metas de la terapia analítica? Más verdad, más realidad, más simbolización, más
adaptación, más reparación, más sublimación, más sexualidad, más libertad, más placer, más
castración, más “nada”; menos sufrimiento, menos angustia, menos inhibiciones, menos ilusiones,
menos síntomas, menos repetición (Hornstein, 1988).
Ya he recordado que bajo el término “psicoanálisis” y aun bajo el de “freudismo” se guarecen
teorías/prácticas muy variadas. ¿Será verdad que, a pesar de las diferencias, nos entendemos
hablando de la clínica? Todos asumen que el resultado deseable de un tratamiento es una transformación
del sujeto, aunque cada uno lo piensa de una manera distinta.
• el resultado modesto que planteaba Freud en “Análisis terminable e interminable” (descartando
el análisis “completo”);
• crear un espacio transicional que potencie el jugar y la ilusión (Winnicott);
• el advenimiento de un sujeto nuevo (Balint);
• adaptación en el análisis norteamericano;
• internalización transmutadora (Kohut);
• acceso a la posición depresiva (Klein);
• destitución subjetiva y atravesamiento del fantasma (Lacan);
• trabajo subterráneo de simbolización (Laplanche);
• reforzar la acción de Eros a expensas de Tánatos(P. Aulagnier);
• nueva relación entre la imaginación radical y el sujeto reflexivo (Castoriadis);
Sobre la noción de cura pesa un anatema. ¿Será demasiado pedir trabajo de pensamiento también
para ella? El análisis, para Freud, es la resultante entre la demanda de curación del paciente
y el deseo de curar, aunque éste se exprese con un sensato “le puedo ayudar a acercarse a sus
propias verdades”. No se trata de prometer imposibles (tampoco un médico los promete).
Próximo al fin de su vida, Freud dilucida las restricciones terapéuticas y los límites del poder
del análisis, en su teoría y en su acción. ¡Pero que lejos estamos con la idea, tan difundida
actualmente, de una indiferencia deseable ante los resultados terapéuticos! (Pontalís). Lo criticable
no es tanto el furor terapéutico, sino la ambición didáctica generalizada, el perpetuarse
mediante filiaciones analíticas preservando una idealización del proceso analítico como fin en
sí mismo, el no poder sustraerse a las delicias letales de la endogamia.
El deseo de curar no esta ausente en el análisis, sino puesto entre paréntesis. Un analista no puede
permanecer sordo al pedido de ayuda que se expresa en todo consultante. El psicoanálisis
despojado de su dimensión terapéutica se limita a ser una acumulación de reverberaciones con
pretensiones filosofantes.
¿Por qué estaría eximido el analista de autoevaluar su trabajo clínico en términos de los logros
(en un sentido amplio) que tienen sus pacientes? El psicoanalista tiene que cuidar su imagen.
Hacer una cosa y no poder decirla seguramente es una de las muchas causas del actual malestar
del psicoanálisis.
¡Hablemos sin ambages de nuestro “deseo de curar”! El análisis tiene como razón de ser aliviar
el sufrimiento neurótico, que pocas veces se expresa como búsqueda de libertad o de elucidación
intelectual y casi siempre como un pedido de auxilio. Dijo Freud (1921): “En la vida anímica
individual aparece integrado siempre, efectivamente, el otro”. ¿De dónde nos viene el rechazo
a ser auxiliados y/o a ser el auxiliante? Me parece más constructivo pensar de qué modo nos
vamos integrando como otro, que abroquelarnos en nuestra función de pantalla. ¿Qué analista,
por prescindente que se considere, por prescindente que sea en su tarea clínica no escucha la
insistencia de ciertas defensas, fijaciones, inhibiciones, angustia, sufrimiento no elaborativo,
estereotipos caracteriales?
Los analistas son demasiado precavidos ante la curación sintomática. Por un lado, si algo hemos
de tomar de la medicina, para la patología médica la desaparición de un síntoma no implica la
desaparición del proceso patogénico. El síntoma es manifestación de un trastorno estructural
que es la verdadera etiología. Por otro lado, se teme que la desaparición de síntomas prive al
paciente de ciertas defensas y lo exponga a un desorden estructural mayor. Una tercera reserva
–que Freud expresa en algunos de sus textos- es que la curación rápida (fuga a la salud) quite
motivación al paciente. Síntomas como impotencia, insomnio, vaginismo, eyaculación precoz,
enuresis y otros acarrean “perjuicios secundarios” y “perjuicios primarios” en la vida del
paciente. ¿Se echará a perder el tratamiento si, mientras tanto, el paciente se auxilia también de
otra manera? Conviene pensarlo.
¿Estamos tan desinteresados por los incidentes que jalonan la vida de nuestros pacientes? O
más bien, ¿debemos interpretar a esta “belle indiference” como el sometimiento a los slogans
de moda?
La teoría, al decir de Foucault, debe ser una caja de herramientas que apunta a desentrañar los
dominios de problematicidad sobre los que se aplica. Para construir instrumentos y no sistemas
como bella totalidad autorreferente. Para lo cual es necesario diferenciar los conceptos que sólo
tienen valor de cambio (ante los colegas) de aquellos que tienen -además- valor de uso (en la
práctica clínica).
Antes comenté que tanto el dogmatismo como la esclerosis nostálgica son obstáculos. La nostalgia
es el anhelo de reencontrar lo pasado. Es el investimiento de un objeto idealizado, pero a
diferencia de la melancolía la sombra del objeto no cae sobre el yo. La nostalgia tiene sus encantos,
pero también un riesgo: el desinvestimiento del presente y del futuro. La manera de no
ser atrapados por la nostalgia es investir un proyecto al servicio de Eros elaborando ciertos duelos
y encarnándose en una ilusión que no puerilice. Para que nuestro “cosmopolitismo pasivo”
no nos paralice es preciso no posicionarse en una trinchera regresiva desde la cual presenciamos
una escena primaria sádica entre las “metrópolis” teóricas.
| 1
Conferencia dictada en la Asociación Uruguaya de Psicoterapia psicoanalítica,
Montevideo, 05.2001
Desafíos de la terapia psicoanalítica
Dr. Luis Hornstein
“Cuando lanza a los jóvenes en medio de
la vida con una orientación psicológica
tan incorrecta, la educación se comporta
como si se dotara a los miembros de una
expedición al polo de ropas de verano
mapas de los lagos de Italia septentrional”.
(Freud, S. 1930)

 

 

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