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Después de esta breve introducción y acercándonos al tema desde otro nivel de análisis, querría primero compartir con uds. las acepciones de SEXUALIDAD y VIOLENCIA que ensayaré en este contexto y oportunidad. Consideraré como sexualidad al trabajo psíquico que debe llevar a cabo un sujeto para aceptar su incompletud bio-psico-social y el impulso inagotable por alcanzarla. Este trabajo cada vez que se logra, produce satisfacción somato-psíquica. En cambio, surgirá violencia cada vez que este trabajo esté interferido por alguna razón y mucho más si está imposibilitado.

Asbed Aryan. APdeBA

SEXUALIDAD Y VIOLENCIA EN LA ADOLESCENCIA

 

 Asbed Aryan[1]

 

 

APdeBA

 

 

Introducción

 

 

 

 

 

En primer lugar quiero agradecer a la APU y en particular a su Laboratorio de Adolescentes la generosa invitación que me ha hecho para sumarme a la constante labor que desarrolla en el Río de la Plata para preservar, fomentar y ampliar los aportes que el Psicoanálisis de Adolescentes hizo y hace al mundo cultural desde sus comienzos.

La invitación no sólo es generosa sino también muy estimulante para mí porque me brinda una oportunidad más para pensar e intercambiar nuestras observaciones e incertidumbres.

Pienso que no debemos escatimar esfuerzos en mantener al día nuestra comprensión de la adolescencia y hacer nuestro aporte a la interdisciplina; será nuestra contribución efectiva a la sociedad, ya que la adolescencia no sólo refleja el medio social donde se desarrolla, sino además es el punto de cruce y fricción entre aquello quede debe permanecer y aquello que debe cambiar en cada generación.

 

 

 

 

 

En esta oportunidad preferí sumarme al tema "sexualidad y violencia en la adolescencia" porque son dos de muchos de los temas que implican la adolescencia, donde el movimiento dialéctico entre permanencia y cambio se hace más notorio y su definición constituirá una de las tareas más fundamentales para completar la subjetivación del adolescente.

Este movimiento es más vacilante e indeciso en la actualidad, porque el marco social que el adolescente necesita para llevar adelante esta tarea se encuentra, en nuestros días cada vez más incierto e inestable y con valores éticos y morales de su entorno como referentes tan cambiantes y desconfiables.

 

 

 

Pienso que estas jornadas contribuirán a ampliar el horizonte de nuestros interrogantes.

Aparte del aporte a nivel de programas sociales que podemos (y debemos) hacer como uno de los muchos agentes de la Salud Mental Pública, en nuestro campo específico debemos ampliar y profundizar nuestras maneras de comprender el adolescente, para que también podamos ampliar y renovar nuestras formas de ayudarlo.

 

 

Ante todo quiero explicitar que pensé como muchos de Uds, si no todos, que el tema que nos ocupa en estas Jornadas es inagotable y nos excede, ya que no sólo abarca al psicoanálisis, sino también lo rebasa.

Es un tema que implica todas las producciones de la mente humana, tanto individuales como grupales.

Aquí tienen mucho para decir también los sociólogos, antropólogos, ensayistas, juristas, filósofos.

También los poetas y los artistas y todos aquellos que estudian y están en contacto, con lo humano.

 

 

 

Dicho de otra manera, "producciones psíquicas humanas" alude a cómo el hombre piensa su mundo en el mundo, cómo piensa a partir de su naturaleza, su humanización y su socialización.

Como psicoanalistas, nuestro granito de arena será aportar nuestras reflexiones acerca de ese proceso de humanización y socialización.

Cómo vemos la constitución del aparato psíquico del sujeto humano insertándose entre sus congéneres.

Pero me apuro en adelantar que tenemos muchas más preguntas que respuestas a la hora de decidir medidas.

 

 

 

           

 

 

 

 

 

SEXUALIDAD y VIOLENCIA

 

 

 

 

 

Después de esta breve introducción y acercándonos al tema desde otro nivel de análisis, querría primero compartir con uds. las acepciones de SEXUALIDAD y VIOLENCIA que ensayaré en este contexto y oportunidad.
Consideraré como sexualidad al trabajo psíquico que debe llevar a cabo un sujeto para aceptar su incompletud bio-psico-social y el impulso inagotable por alcanzarla.
Este trabajo cada vez que se logra, produce satisfacción somato-psíquica.
En cambio, surgirá violencia cada vez que este trabajo esté interferido por alguna razón y mucho más si está imposibilitado.

Dicho de otra forma: Poder pensar las experiencias vitales producirá satisfacción.

En cambio, su interferencia o imposibilidad generará violencia de diferentes grados.

El sujeto puede estar en posición activa o pasiva para que se origine tanto satisfacción como violencia, tanto para sí como para y con el otro. 

 

 

 

 

 

SEXUALIDAD y VIOLENCIA en la adolescencia.

 

 

 

 

 

Enfocado de esta manera, SEXUALIDAD y VIOLENCIA resultan dos términos con una fuerte resonancia, pertinente al tema de la adolescencia, porque será la primera oportunidad para iniciar experiencias vitales y pensar las emociones que surgirán con relación a la toma de posición simbólica respecto al par masculino-femenino, posición ya muy complejizada en el proceso de subjetivación al cabo de la latencia.   

 

 

Lo que quiero destacar es que cada vez que es imposible ligar o simbolizar porque la capacidad para pensar y la comunicación intersubjetiva están entorpecidas, se genera a cambio violencia porque es necesario desprenderse de lo indigerible, impensable que adquiere carácter traumático.

Según esta manera de enfocar la producción de violencia, permite ordenar en circunstancias que son inherentes a la condición humana y por eso inevitables, pero también las hay innecesarias y evitables.

 

 

 

 

 

 

Al enfocar de esta manera este trabajo psíquico, me parece que más que hablar de "adolescencia" prefiero hablar de "los adolescentes".

Como cualquier concepto que contempla una generalización, "adolescencia" encierra el peligro de cosificación, fijación e inmovilización, tienta a la aspiración peligrosa de una caracterización limpia, clara y especialmente definitiva.

Mientras que lo propio de la adolescencia (en verdad de todo lo humano) está en permanente movimiento y transformación, en perpetua reformulación y re-significación, en fin, un proceso de creación.

Por esta razón, prefiero referirme a escenas de "los adolescentes" que nos remiten a su estado en movimiento y frecuente inestabilidad, tanto emocional como de producción vital cotidiana, buscando aferrarse a su presente.

Es ahí donde debemos estar nosotros, acompañándolos en ese movimiento de búsqueda, propiciando a que se conecten y puedan pensar dentro de sus posibilidades lo que están viviendo, para poder historizar su pasado y construir un futuro.

 

 

 

 

 

De modo que como psicoanalistas tenemos la difícil tarea de combinar lo emergente individual y singular de un sujeto, con su medio que lo impregna, lo atraviesa y lo marca.

El adolescente no es ni por su naturaleza ni por edad, un objeto estático.

Su medio social también es sumamente cambiante e inestable, razón por la cual nuestras definiciones especializadas no logran abarcar suficientemente la situación y están impregnadas de aportes de filósofos, sociólogos o lingüistas y no sólo de psicólogos, medicos y neurólogos.

Por la misma razón ha cambiado también nuestra terminología.

 

 

 

Para expresar lo que queremos decir y enriquecer nuestros aportes, hace 40 o 50 años no recurríamos como ahora a lecturas de Hegel, Spinozza, Heidegger, H.Arendt, Foucault o Deleuze.

Al menos en nuestro medio.

Siguiendo casi exclusivamente a Freud y Melanie Klein, hablábamos prevalentemente de instancias intrapsíquicas, dinámica psíquica según catexias y contracatexias o de energía libidinal, en resumen, de metapsicología, pretendiendo casi objetivarla, guiados por ideales del modernismo y tratando siempre hacer del psicoanálisis una "ciencia" como el positivismo entiende.

Creo que ya no podemos mantener la ilusión de tener observables regulares que nos permitan claridad de planteos y nitidez de hallazgos para luego hacer generalizaciones.

Cada vez más estamos siendo "ensayistas" y menos "hombres de ciencia", siempre y cuando por ciencia se entienda operar con los postulados del positivismo.

 

 

A medida que avanzo en mi exposición más me doy cuenta que estoy refiriéndome a cómo prefiero yo estar posicionado para hablar de los adolescentes.

En realidad mi experiencia me posibilita a refirirme con más conocimiento a cómo hablo con los adolescentes en la clínica.

Siempre he sido de la idea que es más importante centrarse en el analista mismo, si queremos estudiar los diferentes enfoques que posibilita la clínica.

Siendo psicoanalista, intentar hablar de los adolescentes es como practicar, en el mejor de los casos una especie de psicoanálisis aplicado a una novela.

Mientras que nuestro mayor problema, porque estamos emocionalmente comprometidos en el momento, es cómo escuchar y pensar la sexualidad y los temas de violencia, cuando estamos nosotros tan influidos actualmente por los cambios de paradigmas en la sociedad donde vivimos.

 

 

Es habitual englobar las distintas formas de comportamientos agresivos de los adolescentes, bajo el título general de Violencia en la adolescencia.

Todos los días y a través de los distintos medios de comunicación, los diarios, revistas, la televisión, somos testigos de múltiples episodios de violencia donde los adolescentes son a veces protagonistas activos y otras veces víctimas.

No debemos, entonces apresurarnos en ubicar la violencia en ninguna área en particular, sabiendo que nunca hay violentos sin violentadores, sea en el mundo externo sea en el mundo interno de los jóvenes.

 

 

 

 

 

De manera que, al abordar el tema, encuentro más conveniente partir de la idea de que, más allá de la modalidad de su presentación, la agresión y la agresividad, hasta grados de violencia en la adolescencia es un producto de un entrecruzamiento entre la tensión psíquica del sujeto y la tensión social.
 

 

 

 

 

 

El equivalente en la sexualidad: sabemos de la pregenitalidad perverso-polimorfa puberal así como la seudoheterosexualidad prematura adolescente.

Pero todos estos conceptos están en relación al Complejo de Edipo y la ley paterna donde el juego de identificaciones con los distintos aspectos de la escena primaria permitiría al adolescente definir simbólicamente su posición sexual.

Pero en la actualidad hay crisis en la familia, en la pareja parental, en las subjetividades de los adultos y en los ideales de la sociedad que no logran o no tienen la autoridad moral suficiente para asumir la contraparte de legalidad necesaria.

 

 

 

El Psicoanálisis sostiene que la sexualidad no sólo se define en dos etapas, en la infancia y en la pubertad separadas por la latencia, sino que lejos de consistir en una actividad natural, las dos veces consiste en buscar y lograr un equilibrio placentero somatopsíquico dentro del marco del Ppio de realidad, so pena de enfermar:  la narcisización del bebé por sus padres, lo humaniza, es decir le da un mínimo de organización psíquica, sentimiento ilusorio de identidad y representación imaginaria de sí mismo; proporcionándole la ilusión de sentirse omnipotente, pleno y completo, los padres lo protegen de la sensación de indefensión que su inmadurez biológica le causa.

Sin embargo, aunque imprescindible, esta promesa de los padres resulta una primera fuente de agresividad, porque como cualquier promesa, es una promesa imposible de cumplir plenamente, siempre en algo le fallarán y entonces ganará terreno la angustia causada por la indefensión biológica, una angustia automática (angustia de aniquilación) y sentimiento de desamparo donde todavía no media el pensamiento ([2]).

De todas formas, a medida que el niño va adaptándose a las normas que los padres implementan y a los ideales que tienen, y los va incorporando, se siente querido y se afianza su autoestima.

Progresivamente, va armando una representación de sí y se ve reflejado en los padres, gracias a las identificaciones a sus imágenes y, gradualmente a sus normas e ideales.      

 

 

Esta estructuración narcisista es la compensación de aquella primera violencia, pero que ya lleva implícita una segunda.

Corresponde a la desilusión de su omnipotencia cuando bajo amenaza, recibe también la máxima prohibición, la prohibición del incesto, la prohibición de creerse dueño absoluto de la madre.

De manera que, junto a la imposición de esas normas e ideales que son prescripciones, recibe también el mandato de una prohibición absoluta.

Esta es  lo que se ha dado en llamar la Ley del Padre edípico.

 

 

 

 

 

 

Aquí también, felizmente hay una segunda compensación para esta segunda violencia.

Ya que acatando esta prohibición, se constituye el deseo sexual humano y aparece la posibilidad de su socialización.

 

 

 

De manera que, gracias a la primera violencia, el sujeto se humaniza y gracias a la segunda, se socializa. Con este mensaje social se incorpora a la Cultura [3].
 

 

 

Qué paradoja: el ser humano es un ser social y cultural marcado por violencias inherentes al proceso mismo de su subjetivación y por eso inevitables.

 

 

 

 

 

Lo que sí son evitables son las condiciones inadecuadas de crianza, tanto económicas como educativas, primero en la familia a la que luego se agrega la escuela.

 

 

***

 

 

Después de esta primera etapa, durante la latencia se constituye una economía "equilibrada" gracias en parte a las ligaduras establecidas por las simbolizaciones y el establecimiento de las normas y valores en identificación con los padres.

Pero pronto, en la pubertad se acarrea una economía "desequilibrada" porque ahora hay que enfrentar una nueva situación: por una parte caducan estos contenidos simbólicos infantiles [4], pero se implanta un nuevo Ppio de realidad que es descubrir y aceptar el cuerpo sexualmente madurado y potente. Esto es todo un trabajo de duelo y elaboración de una paradoja que resulta traumática: aspirar reinvindicaciones pulsionales poniendo el cuerpo a prueba en múltiples actividades, sean experiencias eróticas, recreativas o deportivas, pero acatando siempre la prohibición del incesto.

En caso contrario, será necesario negar la realidad del cuerpo madurado.

 

 

 

Las distintas "salidas" de esta paradoja resultan las patologías, desde las más leves hasta las más graves.  

 

 

La incapacidad de efectuar este trabajo de duelo y la compulsión violenta a la repetición son correlativas, coexistentes e inversamente proporcionales por no contar con la capacidad reflexiva necesaria..

Tal trabajo reposa justamente sobre una desligazón de las ligaduras existentes más fundamentales, esas que entrañan una perturbación repetitiva violenta en el funcionamiento psíquico.

El proceso de transformación del adolescente queda paralizado y la ausencia de elaboración cierra la vía de nuevos investimientos.

La repetición de lo idéntico coloca al sujeto en situación de impasse.

 

 

 

 

 

El carácter bifásico del desarrollo psicosexual en la etiología de los problemas psíquicos, encierra el peligro que la sexualidad reactivada en la pubertad no sea una recreación, sino una simple repetición de lo idéntico, donde la desmentida de la realidad del cuerpo sexual potente se ponga de manifiesto a través de los prototipos infantiles.

Esa es la diferencia entre adolescencia normal y patológica.

 

 

 

 

 

El quehacer de psicoanalista :

 

 

 

 

 

Por todo esto, pienso que como psicoanalista también se me impone considerar mis referentes, qué debe permanecer y qué debe cambiar en mi forma de comprender y operar.
 

 

 

 

 

 

Voy a empezar por una regla de tres simple: si antes considerábamos que el tratamiento psicoanalítico tenía como objeto de estudio la constitución subjetiva de alguien que consultaba por diversos padecimientos psíquicos, era lógico que nos esforzáramos en dilucidar todo lo posible acerca del funcionamiento psíquico de ese sujeto.

Especialmente lo oculto, lo incomprensible o lo contradictorio de ese sujeto.

Así Freud llegó a postular lo inconsciente, tanto en lo pulsional como de lo reprimido, sean deseos o resistencias.

Por eso que el otro postulado importante del psicoanálisis fue la sexualidad infantil reprimida.

Pero gracias también a la represión era que este sujeto podía diferenciarse de su entorno y el cientificismo psicoanalítico de la Modernidad podía sostener la pretensión de objetividad, manteniendo bien discriminados objeto de estudio y observador.

 

 

 

 

 

Actualmente, con la crisis y destitución de la represión victoriana, la crisis de la ley paterna y la globalización junto con una seudodemocratización como fenómenos sociales, la relación paciente/analista no puede ser concebida como antaño.

Los valores e ideales familiares, las metas de la sexualidad  y  el placer siguen cambiando a un ritmo vertiginoso.

Desde la monoparentalidad hasta el matrimonio entre personas del mismo sexo o el transexualismo parecen cuestionar lo posible y lo imposible,  lo permitido y lo prohibido.

Ahora parece accesible todo tipo de placer.

De modo que la sexualidad infantil no se reprime ni se sublima tanto, los procesos identificatorios son muy vacilantes y la impersonalización de los objetos primarios es poco definida e inestable.

 

 

 

 

 

Todo esto y mucho más, hace que la subjetividad del paciente y analista no sean las mismas que hace cincuenta años y mucho más si pensamos 100.

Pero estos cambios no son de los fundamentos y las metas del Psicoanálisis.

Repito, han cambiado la subjetividad del paciente y analista, no los fundamentos y las metas del Psicoanálisis.

 

 

 

 

 

Tenemos bastante entrenamiento en el estudio de los cambios de los pacientes, pero muy poco del analista.

Cada vez que pensamos en cambios de estrategias o tácticas del psicoanalista, tememos porque lo confundimos con la herejía de atentar contra los fundamentos del psicoanálisis.

 

 

 

 

 

Abrir un apartado para referirme a aspectos de la práctica no es oportuno en este momento.

Pero muy sucintamente quiero dejar asentado que ahora más que antes considero que es necesario la creación de un encuadre de trabajo junto con el adolescente donde no sólo seamos interpretadores del inconsciente neurótico, sino también, según las necesidades de cada caso, seamos interlocutores con quien el adolescente pueda establecer nuevos enclaves de transferencia.

Considero que este es uno de los motivos de angustia contratransferencial de un analista de adolescentes.

 

 

 

 

 

 

 

 

RESUMEN

 

 

 

 

 

SEXUALIDAD y VIOLENCIA

 

 

 

 

 

Después de una breve introducción y abordando el tema desde otro nivel de análisis, el autor expone primero las acepciones de SEXUALIDAD y VIOLENCIA que ensaya en este contexto y oportunidad.

Considera como sexualidad al trabajo psíquico que debe llevar a cabo un sujeto para aceptar su incompletud bio-psico-social y el impulso inagotable por alcanzarla.

Este trabajo cada vez que se logra, produce satisfacción somato-psíquica.

En cambio, surgirá violencia cada vez que este trabajo esté interferido por alguna razón y mucho más si está imposibilitado.

Dicho de otra forma: Poder pensar las experiencias vitales producirá satisfacción que en el caso del adolescente, es un contrasentido.

En cambio, su interferencia o imposibilidad generará violencia de diferentes grados.

El sujeto puede estar en posición activa o pasiva para que se origine tanto satisfacción como violencia, tanto para sí como para y con el otro. 

 

 

 

 

 

SEXUALIDAD y VIOLENCIA en la adolescencia.

 

 

 

 

 

Enfocado de esta manera, SEXUALIDAD y VIOLENCIA resultan dos términos con una fuerte resonancia, pertinente al tema de la adolescencia, porque será la primera oportunidad para iniciar experiencias vitales y pensar las emociones que surgirán con relación a la toma de posición simbólica respecto al par masculino-femenino, posición ya muy complejizada en el proceso de subjetivación al cabo de la latencia.   

 

 

Lo que se quiere destacar es que cada vez que es imposible ligar o simbolizar porque la capacidad para pensar y la comunicación intersubjetiva están entorpecidas, se genera a cambio, violencia porque es necesario desprenderse de lo indigerible, impensable que adquiere carácter traumático.

Según esta manera de enfocar la producción de violencia, permite ordenar en circunstancias que son inherentes a la condición humana y por eso inevitables, pero también las hay innecesarias y evitables.

 

 

 

 

 

 

El quehacer de psicoanalista :

 

 

 

 

 

Por todo lo anterior, se concluye que también se impone considerar los referentes de la función de psicoanalista, qué debe permanecer y qué debe cambiar en nuestra forma de comprender y operar: si antes considerábamos que el tratamiento psicoanalítico tenía como objeto de estudio la constitución subjetiva de alguien que consultaba por diversos padecimientos psíquicos, era lógico que nos esforzáramos en dilucidar todo lo posible acerca del funcionamiento psíquico de ese sujeto.

Especialmente lo oculto, lo incomprensible o lo contradictorio de ese sujeto.

Así Freud llegó a postular lo inconsciente, tanto en lo pulsional como de lo reprimido, sean deseos o resistencias.

Por eso que el otro postulado importante del psicoanálisis fue la sexualidad infantil reprimida.

Pero gracias también a la represión era que este sujeto podía diferenciarse de su entorno y el cientificismo psicoanalítico de la Modernidad podía sostener la pretensión de objetividad, manteniendo bien discriminados objeto de estudio y observador.

 

 

 

 

 

Actualmente, con la crisis y destitución de la represión victoriana, la crisis de la ley paterna y la globalización junto con una seudodemocratización como fenómenos sociales, la relación paciente/analista no puede ser concebida como antaño.

Los valores e ideales familiares, las metas de la sexualidad  y  el placer siguen cambiando a un ritmo vertiginoso.

Parecen cuestionarse lo posible y lo imposible,  lo permitido y lo prohibido.

Ahora parece accesible todo tipo de placer.

De modo que la sexualidad infantil no se reprime ni se sublima tanto, los procesos identificatorios son muy vacilantes y la impersonalización de los objetos primarios es poco definida e inestable.

 

 

 

 

 

Todo esto y mucho más, hace que la subjetividad del paciente y analista no sean las mismas que hace cincuenta años y mucho más si pensamos 100.

Pero estos cambios no son de los fundamentos y las metas del Psicoanálisis.

Han cambiado la subjetividad del paciente y analista, no los fundamentos y las metas del Psicoanálisis.

 

 

 

 

 

Tenemos bastante entrenamiento en el estudio de los cambios de los pacientes, pero muy poco del analista.

Cada vez que pensamos en cambios de estrategias o tácticas del psicoanalista, tememos porque lo confundimos con la herejía de atentar contra los fundamentos del psicoanálisis.

 

 

 

 

 

Sin abrir un apartado para referirse a aspectos de la práctica, el autor concluye muy sucintamente tomando la siguiente posición: ahora más que antes es necesario la creación de un encuadre de trabajo junto con el adolescente donde no sólo seamos interpretadores del inconsciente neurótico, sino también, según las necesidades de cada caso, seamos interlocutores con quien el adolescente pueda establecer nuevos enclaves de transferencia.

El autor considera que este es uno de los motivos de angustia contratransferencial de un analista de adolescentes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

[4] En la pubertad, se acarrea una economía "desequilibrada" porque al caducar los contenidos simbólicos infantiles del Syo/Iyo, se desligan las pulsiones y aparece un "más allá del ppio de placer" con su indicador, la compulsión a la repetición.

Pero se implanta un nuevo Ppio de realidad que es descubrir y aceptar el cuerpo sexualmente madurado y potente poniéndolo a prueba en múltiples actividades, sean experiencias eróticas (bailar/apretar/tener relaciones sexuales), recreativas o deportivas.

Esto implica un llamado a las pulsiones incestuosas y parricidas.

De modo que surge una paradoja que hay que enfrentar y que resulta "traumático": hay que ligar de nuevo las reinvindicaciones pulsionales (sexualidad no incestuosa + sublimaciones), en caso contrario será necesario refutar este nuevo Ppio de realidad (negar el cuerpo madurado).

 

 

Las distintas "salidas" de esta paradoja resultan las patologías, desde las más leves hasta las más graves.

El mayor grado de simbolización y las satisfacciones sustitutivas (sublimaciones) permitirán un clivaje más dinámico entre una parte del yo, donde el incesto y parricidio son vividos como "cumplidos"; y en otra parte del yo, donde el deseo incestuoso y parricida es "contenido", pero al precio de la desmentida de la representación del cuerpo sexuado potente.

Esta "ruptura", como implica la desligazón y cuestionamiento de las bases mismas de la identificación primaria, implica también una conjunción de la desmentida y del clivaje por un lado, y por otro de un investimento masivo de un objeto, acarreando una excitación insoportable (Françoise Ladame).