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La fisionomía del proceso psicoanalítico en la adolescencia varía de acuerdo con el momento del desarrollo cronológico. Los jóvenes que están en la primera etapa de la adolescencia, cercanos al final del período de latencia, se caracterizan por el aspecto mixto con que presentan el contenido de su mundo in­terno. La comunicación durante las sesiones tiene predominio de elementos verbales, aunque todavía necesitan el apoyo lúdi­co, mediante el cual realizan las proyecciones de contenido in­consciente usando para eso los dibujos, juegos, sueños, drama­tizaciones y actuaciones (acting out).

David Léo Levisky

Capítulo VIl              Actíng out: un medio de comunicaciónen el análisis de adolescentes y niños

 

 

La fisionomía del proceso psicoanalítico en la adolescencia varía de acuerdo con el momento del desarrollo cronológico.  Los jóvenes que están en la primera etapa de la adolescencia, cercanos al final del período de latencia, se caracterizan por el aspecto mixto con que presentan el contenido de su mundo in­terno.  La comunicación durante las sesiones tiene predominio de elementos verbales, aunque todavía necesitan el apoyo lúdi­co, mediante el cual realizan las proyecciones de contenido in­consciente usando para eso los dibujos, juegos, sueños, drama­tizaciones y actuaciones (acting out).  Los adolescentes con más edad que los anteriores se comunican con lenguaje verbal y no­verbal.  Este último engloba las dramatizaciones, que tienen un contenido simbólico y manifestaciones por medio de la conduc­ta que contiene elementos de comunicación preverbal.  Entre ellas está el acting out (actuación).  Muchas veces esas manifesta­ciones son de carácter defensivo, pero no se puede tomarlo co­mo regla fija.

 

Es importante recordar que cualquier mecanismo psíquico puede convertirse en un elemento defensivo, dependiendo de la función y de la intensidad con que se manifieste en la relación.  Una acción puede ser defensiva para un sistema y estar al servi­ci,o de la comunicación en otro sistema o nivel de estructura yoi­ca.


Una acción que exprese un ataque al pensamiento del analis­ta, en cuanto capacidad de formular pensamientos, puede ser índice de una búsqueda desesperada de "apego", de formación de vínculo, de miedo al espacio vacío.  El control omnipotente del objeto externo, en vez de tener un carácter exclusivamente destructivo, también es una vía de expresión de la importancia del relacionamiento con el objeto real externo en la organización del mundo interior.

A medida que el adolescente evoluciona cronológicamente, el material lúdico se hace menos necesario por el desarrollo de nuevas aptitudes cognitivas y comunicativas.  El uso de juegos puede todavía persistir como una forma de transición, que a ve­ces adquiere el papel de objeto intermedio, transicional, entre la verbalización simbólica y una comunicación apoyada en ele­mentos concretos.

 

Las actuaciones, independientemente de la edad, continúan y son una modalidad de comunicación.  Ellas tienen la propie­dad de atenuarse con el desarrollo de una capacidad mayor de transformar la liberación directa de la pulsión en pensamiento.  Las características del mundo mental del adolescente referentes al proceso de identificación fueron descritas en el capítulo 3.


Tal como fue expresado, las actuaciones son frecuentes manifesta­ciones de la vida mental en esa época de la vida, y son identifi­cables por medio de la conducta del joven.

 

En el análisis de adolescentes y niños, a menudo el analista tiene que vivir situaciones de gran impacto emocional, impulsi­vas, violentas, que lo afectan directamente.  Pueden ser manifes­taciones verbales, pero generalmente son actitudes motoras que ponen al analista y al analizando en una relación tan directa que pueden llegar, incluso, al contacto corporal.  Esos comporta­mientos pueden tener múltiples funciones en la relación transfe­rencial: control omnipotente de la relación, miedo a la pérdida del objeto libidinal, tentativa de perturbar la capacidad de pen­sar del analista, etc.

 

Yo considero que en cualquiera de esas situaciones siempre hay una comunicación.  Algún mensaje inconsciente está presen­te aunque la actitud manifiesta tenga un carácter voluntario e intencional.  A ese fenómeno se le da el nombre de acting out y está presente en todos los análisis, en especial de niños y adoles­centes.  El uso de esa expresión inglesa está consagrado en el me­dio psicoanalítico brasileño.*

En el presente trabajo, usaré ese término para denotar, única­mente, las manifestaciones que ocurren dentro del setting analí­tico.  Es un fenómeno frecuente en el niño muy chico y tiende a disminuir con la evolución de la edad, recrudeciendo en la ado-

 

 

 

* Y en el hispanohablante en general.


(N.del E.)

 

 

lescencia.  En los casos más graves, o sea, psicosis, caracteropa­tías y borderline, el impacto del acting out se hace sentir.

 

Sin embargo, en niños muy chiquitos y latentes, no es un atributo que indique gravedad porque lo encontramos en pa­cientes razonablemente equilibrados.  En la adolescencia esas manifestaciones son frecuentes debido a la aparición maciza de los núcleos primitivos durante el proceso de identificación.  Cuando el acting out se produce de una forma intensa y repetiti­va, puede servir como una señal de alerta ante una personalidad con alto riesgo de estructurarse de manera psicopatológica.

 

Hay autores, como Etchegoyen (1989), que consideran el ac­tíng out como una patología que bloquea el proceso psicoanalí­tico.  El insight y la elaboración representan, para el autor men­cionado, los propulsores del proceso.  Yo prefiero comprender el acting out como una manifestación del proceso primario, ya sea ocupando una función defensiva o como un medio de comuni­cación de los estados primitivos de la mente cuya comprensión logrará alcanzar al insight y la elaboración.

 

Se trata de situaciones muy difíciles de trabajar, pero al mis­mo tiempo son muy ricas en significados.


Éstos no siempre pue­den ser traducidos en palabras en razón de expresar situaciones presimbólicas, o por el comienzo de la representación de la vida afectivo-emocional en que el self y el objeto se encuentran dife­renciados de manera insuficiente.

 

 

A continuación, trataré sobre mi experiencia y las ideas que tengo al respecto del acting out como forma de comunicación preverbal.  La expresión preverbal se refiere a una manera de co­municación no-verbal que antecede a la forma verbal dentro del proceso evolutivo del desarrollo.  La comunicación no-verbal, como la dramatización, contiene un lenguaje interior simbólico.

 

El acting out es un fenómeno psicológico que aparece en la transferencia, como una defensa o al emerger sentimientos muy primitivos.  Se trata de pacientes cuya capacidad simbólica se encuentra poco desarrollada o regresado a estados mentales en los que la vía motora se convierte en medio de expresión de los afectos y del pensamiento.

 

Debemos recordar que Piaget (1990) se refiere al pensamien­to sensorio-motor como la primera etapa del desarrollo de las capacidades cognitivo-afectivas.  Considero que, en esa fase, la actividad motora participa intensamente en la expresión de los afectos, de la vida intelectiva, y antecede a la comunicación sim­bólica.

 

F Klein y Debray (1976) definen le acting out como actos im­pulsivos que traducen la emergencia de lo reprimido sin elabo­ración secundaria.

 

W.V.


Silverberg (1955) entiende el actitig out como una forma de resistencia, un ataque al proceso de pensar y una dramatiza­ción manifiesta de una transferencia.

 

M.Klein (1969) señala que la "inhibición de las tendencias epistemofilicas, la represión de la vida imaginativa, la incapaci­dad para tolerar frustraciones y la adaptación excesiva a las exi­gencias educativas favorecen el acting out".

 

Para Laplanche y Pontalís (1981), "en el surgimiento del acting out el psicoanalista ve la señal de la emergencia de lo repri­mido" y agregan que "si por un lado esas acciones contienen una tentativa de ruptura de la relación analítica, mediante la comprensión del contenido afectivo se puede dar proseguimien­to al proceso analítico".

 

Anna Freud (1968) sostiene que el concepto de acting out en el niño pierde mucho de su significado, especialmente en los ni­ños de corta edad, quienes no cooperan con la libre asociación y raramente con la interpretación de sueños, siendo factores muy importantes en el proceso que permiten recordar las experien­cias pasadas.  Esos niños, antes del período de latencia, son inca­paces de guardar los impulsos dentro de la esfera psíquica.  Al contrario, no piensan, no hablan, pero reaccionan de manera motora, siendo ésas las formas legítimas de expresión y comu­nicación que tienen.  La autora mencionada considera esas carac­terísticas como adecuadas al comportamiento de los niños y las clasifica, antes del período de latencia, como acting out pacients.  En esos casos, el fenómeno es determinado por el desarrollo y no tiene el mismo significado que se le da en épocas posteriores de la vida.

 

Yo considero que se puede extender ese concepto hasta in­cluir a los adolescentes, especialmente cuando ellos se encuen­tran en el auge de la crisis de identidad.  En esos momentos, lo primitivo emerge y se entrelaza con los aspectos actuales de la personalidad.  Para ilustrar mejor esas ideas, sugiero la lectura del caso de un adolescente que se presenta en el capítulo 10.

 

Ejemplifico también relatando trechos de sesiones de análisis de Alberto, un niño de 8 años de edad cuyo caso se conoció co­mo "el caso de las galletitas", presentado en el XXXV Congreso Internacional de Psicoanálisis de IPA (Intemational Psychoa­nalytical Assocíatíon), Montreal, 1987.

 

Caso clínico

 

El paciente permaneció en análisis durante aproximadamen­te cuatro años, al principio con cuatro sesiones por semana y después fueron reducidas a tres.  Alberto fue llevado a análisis en razón de presentar trastornos de comportamiento, siendo de carácter antisocial: insubordinación, rebeldía incontrolable, ne­gación de aceptar las reglas habituales de convivencia, voraz, obeso, agitado, autoritario, violento y ansioso.

 

Sin embargo, se portaba de una manera cariñosa, tierna, amable, seductora y obediente hasta lograr sus objetivos.  En los últimos años, pasó por varias escuelas, de las que fue expulsado debido a sus dificultades para adaptarse a las normas.  Reaccio­naba violentamente cuando lo contradecían.  Era el primogénito de una prole de dos.  Su hermano, cuatro años menor, nació des­pués de tres abortos que sucedieron, respectivamente, a los tres, cuatro y cinco meses de embarazo.  Fue el primer nieto, tanto de la familia paterna como materna.

 

Alberto empezó a preocupar a los padres alrededor de los seis años de edad, a consecuencia de su agitación, coincidiendo con el inicio de la vida escolar.  Era rebelde, se aislaba de los otros niños y no compartía sus cosas con sus companeros.

 

Su hermano nació prematuro, de siete meses, y tuvo que te­ner cuidados especiales.  Después del nacimiento de su herma­no, la agitación y desobediencia de Alberto empeoraron.  Involu­cionó en su comportamiento, perdiendo el control urinario noc­tumo.


Él se resintió de esa situación y aumentó su ansiedad.  Co­mía excesivamente, convirtiéndose en un niño obeso.  El rendimiento escolar bajó notablemente, empezando así una larga pe­regrinación por varias escuelas.  Los padres buscaron una aten­ción personalizado, de corta duración, recurriendo enseguida a mis servicios.

 

En nuestra primera entrevista, ellos se manifestaron preocu­pados con el hecho de que Alberto demostraba placer en despre­ciar a chicos y adultos, especialmente cuando se daba cuenta de que su actitud perturbaba al otro.

 

Era muy pegado a la madre.  Estaba en constante conflicto con ella mediante demandas y desafíos.  Con el padre, severo y autoritario, su comportamiento era más adecuado.

 

En la tentativa de adaptarlo a la convivencia social, los pa­dres usaban diversos métodos correctivos y educacionales.


Pa­recia que Alberto no sentía culpa o arrepentimiento por los pro­blemas que ocasionaba.  Lloraba con suma frecuencia.  Reaccio­naba con violencia física, robos, fugas y mentiras.  Era muy agre­sivo con el hermano, a quien consideraba como el preferido de los padres.  Por ser inteligente, tenía un razonable rendimiento escolar, a pesar de los trastornos que padecía.  Sus padres eran religiosos, no ortodoxos.  En las clases de religión tenía una me­jor adaptación.

 

Durante las primeras sesiones, llevaba a su madre a la sala de análisis.  Se mostraba corno un niño indefenso, dependiente, no pudiendo soportar la separación.  Había un juego entre la madre y el hijo, en el cual ella insistía para que él me contara lo que ha­bía dicho fuera de la sesión y él, al mismo tiempo, le pedía a su madre que hiciera lo mismo.

 

El clima, entre ambos, era de aparente enamoramiento ante el temor por el extraño que estaba presente en ese lugar, camu­flando un aspecto más profundo, de gran tensión.

 

Al ser vencida la primera etapa de análisis, moduladas las primeras ansiedades, otros aspectos de Alberto fueron apare­ciendo: agresivo, despótico, tirano, seductor, competitivo e insa­ciable.  Dibujaba muy poco y casi no jugaba.  Permanecía por lar­gos períodos frente a su caja sin saber qué hacer.  Constantemen­te me pedía sugerencias, que yo interpretaba como el deseo de corresponder a lo que Alberto juzgaba que eran mis expectativas que yo tenía sobre su persona.  Era más o menos como reproducir conmigo las expectativas de ser el primer hijo y el primer nie­to.


Luego, empezó a manifestar situaciones hostiles, tales como tirar objetos por la ventana, ya sea en respuesta a alguna frustra­ción o por la cercanía de la finalización de la sesión de análisis.  Las angustias ante la perspectiva de separación eran muy evi­dentes.  Se presentaba una gran amenaza: ceder su lugar a otro paciente, justo otro niño, al cual había visto en la sala de esperaA Alberto le gustaba jugar con el agua, pero no aceptaba lí­mites.  Quería inundar la sala, ahogar a todo el mundo.  Eran si­tuaciones vinculadas con nacimiento y muerte, probablemente asociadas a los abortos de la madre, al nacimiento del hermano y a la falta de continencia.  La excitación y los ataques crecían en intensidad y eran dirigidos directamente a mi persona, manifes­tando de manera clara sus defensas maníacas.

 

Parecía que sentía un placer sádico en movilizarme para con­tenerlo físicamente y transformar la relación en una lucha entre perro y gato.  Las interpretaciones, en ese sentido, se ligaban a fantasías de sentimientos de incorporarse e incorporar al cuerpo materno, de envidia y destrucción del pene poderoso del padre, de destrucción de los bebés amenazadores.  Además tenía el de­seo de controlar mis sentimientos, mi cuerpo, el placer de pene­trar en mí, no solamente representado todo esto mediante las tentativas de inundación de la sala, sino también por patadas, escupidas, interrogatorios e insultos.

 

En la relación transferencias se podía observar el deseo de re­cibir toda la atención, como también su temor de perder al obje­to amoroso.  Las reacciones eran violentas y furiosas.  Al parecer, los actings out tenían la intención de perturbarme, distraerme, interrumpir mi flujo asociativo, en síntesis, atacar mi capacidad de pensar.  Tal vez, se tratara de una reacción defensiva contra la percepción de su mundo mental primitivo.

 

También era el medio por el cual podía expresar las angus­tias primitivas de carácter oral y anal sádicas.  La actividad lúdi­ca dentro de la sesión era intensamente dramatizada.  Yo busca­ba disimular el carácter hostil, frente a las actitudes concretas de agresión, como cuando dramatizaba ser un superhéroe cruel, mediante una canción de cuna suave, abrigándolo con mis bra­zos, de manera firme y cariñosa, como si estuviera protegiendo a un bebé desamparado.

 

Esas actitudes seguidas de verbalización le permitían a Al­berto el poder dramatizar situaciones muy regresivas, en las que él representaba ser un bebé insaciable.  La verbalización se daba cuando era posible, es decir, cuando había en mí un espacio mental para elaborar y transmitir la comprensión ocurrida.  Pa­recía que él buscaba una adherencia constante en términos de encontrar, concretamente, un continente, un analista-madre que pudiera recibir y modular sus angustias, para llegar a construir -mediante la relación analítica- nuevos relacionamientos con sus objetos intemos.  El miedo a la pérdida de la condición men­cionada le desencadenaba reacciones de extremada violencia, las que yo creo que eran sentimientos o emociones ligados a las fantasías inconscientes muy primitivas y que solamente podían ser expresados mediante el acting out.

 

La primitividad de los contenidos, como también la baja ca­pacidad de simbolización para vivencias ocurridas en momen­tos prematuros del desarrollo evolutivo, no encontraban otros medios de expresarse.

 

Miller de Paiva (1968), en su trabajo "Actuación transferen­cial o acting out", sostiene que "el niño, a medida que madura, reduce su actividad motriz porque obtiene insight y sentido de la realidad.  Para restringir la actividad motora, el individuo aprovecha el desarrollo de la ideación.  La actuación, a veces, funcionaría simplemente como la repetición de una etapa del desarrollo ontogenético en la que el inconsciente solamente ten­dría el acto como única forma de expresión".  Estos hechos se confirman, de manera integral, en mi experiencia analítica.

A partir de la etapa en que Alberto pudo empezar a drama­tizar el frágil y amenazado bebé que existía dentro de sí, tuvo una exacerbación en frecuencia e intensidad en la producción del acting out

 

 La angustia vivida en la relación transferencial, como tam­bién las reacciones contratransferenciales, reflejaban el intenso caos interior por medio de las poderosas identificaciones pro­yectivas masivas (Bion, 1965).

 

Algunos aspectos del paciente parecían favorecer la produc­ción del acting out: miedo a la pérdida del control omnipotente, poca tolerancia a la frustración, temor a la pérdida del objeto amoroso, enfrentamiento con la realidad de no encontrar, en el analista, la realización de sus deseos y la imposibilidad de res­catar, en algún sitio de su universo, a los padres idealizados.  Es­tas situaciones me invadían, cargadas de intenso odio y placer sádico, y además intentaban colocarme en reales dificultades.

 

Alberto, cuando terminaba la sesión, desarrollaba un ritual de esparcir por la sala el contenido de su caja, o me ensuciaba con tinta o agarraba alguna cosa de la sala y salía corriendo por el consultorio.  Cualquier tentativa de interpretación o de inter­dicción solamente producía el efecto contrario, aumentando las actuaciones.

 

Por más que yo me controlara, en el sentido de no dejar apa­recer mis sentimientos, él los percibía y ésa era su victoria.  En al­gunas ocasiones no existía discriminación entre el analista y el analizando.  Las identificaciones proyectivas eran de tal intensi­dad que no se discriminaban los aspectos psicóticos ni del uno ni del otro.  Quedan dudas de si eran aspectos de Alberto colo­cados en mí y vividos contratransferencialmente o si eran aspec­tos míos detonados por las actuaciones del paciente.  Se vivían momentos en los que parecía que no existía una diferencia entre los dos individuos, entre un universo y el otro, entre mundo in­terior y exterior.

 

Mediante las externalizaciones, considero que el niño puede entrar en contacto con su mundo interno primitivo y más evolu­cionado.  En los momentos regresivos, de mayor ansiedad, se ha­ce difícil que él pueda discriminar lo que es interno y externo, el mundo de fantasía y el real, lo primitivo y lo evolucionado.


Él vivencia en la transferencia, concretamente, sentimientos y fan­tasías que nutre por el self, objeto y self-objeto indiscriminados.

 

En esas situaciones el paciente puede tomar consciencia y discriminar lo interno de lo externo, las diversas partes que componen su universo mental en esa circunstancia, lo que abri­rá condiciones para llegar a una mejor integración de su perso­nalidad.

 

Meltzer (1971) afirma, en El proceso psicoanalítico del niño y del adulto, al referirse a la organización del espacio vital del niño, que "las relaciones intemas están en flujo constante, pero la di­ferenciación entre interno y externo está constantemente enmascarada por la extemalización de la situación interna y por su transformación en acting out".  Luego, agrega: "El flujo en las re­laciones internas y la fluidez de transición para el acting out es­tán a la orden del día en los niños, y exactamente ese flujo y esa fluidez son las principales facetas de su disponibilidad para el acercamiento analítico."

 

La incapacidad de Alberto para hacer las discriminaciones era transitoria y momentánea.  Con la disminución de las ansie­dades persecutorias y la recuperación de la capacidad de pen­sar, se podían interpretar las fantasías inconscientes.  Los senti­mientos de triunfo eran evidentes, al igual que sus proyecciones en el sentido de que el vacío, el fracaso y el dolor se quedaron en el analista.

 

Con la regresión y en el splitting, aparecían perturbaciones del sentido crítico y de discriminar la realidad, dando la impre­sión de haber una grave perturbación mental, confirmando así las observaciones de Greenacre (1971).  En mi experiencia analí­tica con niños pequeños, en período de latencia o adolescentes, esos aspectos pueden ser transitorios hasta que ellos puedan re­presentar sus conflictos mediante la actividad lúdica y verbal.

 

En relación con la transitoriedad de las actuaciones, Koch y Blay Neto (1967) afirman que "el acting out es una actuación temporal y desarmónica, en la que hay una regresión parcial de la personalidad", lo que, según veo, en el niño y en el adolescen­te, no son señales patognomónicas de gravedad estructural de la personalidad.

 

Con eso quiero decir que, a pesar de la intensidad y violen­cia del comportamiento manifestado, tales expresiones pueden ser frutos de un yo frágil, regresado, o la acción del superyó rí­gido y exigente, pero eso no implica rigidez estructural.  La con­firmación de esa hipótesis está en la observación de la facilidad con que los niños y adolescentes entran y salen de ese estado, como también en las transformaciones que ocurren mediante las interpretaciones y los insights.

 

También pude observar que los acting out tenían un signifi­cado defensivo, producto de las angustias persecutorias surgi­das al encontrarse con lo nuevo, sugiriendo que los cairnbios de estado mental, cuando son seguidos de un gran impacto emo­cional, favorecen la aparición de actuaciones.

 

Al acercarse el fin de la sesión, aparecía en Alberto un inten­so odio, el que aumentaba por el hecho de que su espacio sería ocupado por "su hermanito" de análisis, como también por sen­tir la impotencia de no poder impedir mi deseo de terminar la sesión.  En ese preciso momento, su comportamiento parecía ex­presar el deseo de dejar algún resto en mí, o de llevar consigo al­go de mi persona.  Era como si, antes de partir, tratara de ocupar, concretamente, un espacio en mi mente por medio de destruc­ción, robo y fuga.

 

Con el acting out, Alberto exteriorizaba los aspectos de la di­námica de su mundo interior, como intentando -de manera ob­jetiva- ampliar su espacio mental y al mismo tiempo experi­mentando aspectos de su identidad.

 

Esos elementos emocionales con los que procuraba impreg­nar la mente del analista parecían contener intensos componen­tes sádicos y coprofílicos, asociados a deseos amorosos de poder pegarse a mí, en una fusión, como si uno fuera parte del cuerpo del otro.

 

Quizás se trate del estado mental que Meltzer (1971) llamó "identificación adhesiva".  La concretud de esas acciones tendía a ocupar un espacio real en mi mente.  Aunque yo interpretara o intentase poner límites, o le explicara las ventajas que podría lle­gar a tener buscando otras vías de expresión y otro modo de re­lación por medio del dibujar, jugar o hablar, todos mis esfuerzos no colaboraban en disminuir el acting out.

 

Me di cuenta de que mi actitud mental de continencia tenía un efecto interpretativo.  Eso se daba al transformar la agresión en algo soportable, descaracterizándola como agresión median­te la transformación en una actividad lúdica y amorosa, sin de­jarme contaminar con el ritmo acelerado que él intentaba darle a la sesión.  Mi respuesta inconsciente funcionaba como un me­dio de comunicación y expresión de mi contraidentificación proyectiva.

 

Esos actings out también contenían mecanismos defensivos maníacos, por medio de los cuales Alberto luchaba contra los sentimientos de pérdida, de castración y otros que le desperta­ban intenso dolor.


Él me hacía sentir en la piel los sufrimientos que padecía.  Considero que las vivencias de los conflictos intensamente regresivos que estaban ligados a las figuras parentales, a la dinámica de las relaciones de objetos parciales, a los meca­nisrnos de defensa y las interrelaciones prematuras del yo entre las diferentes instancias psíquicas se exteriorizaban denuncian­do los puntos de no adquisición o de disminución de la capaci­dad discriminadora entre el mundo interno y el externo.

 

La expresión de las manifestaciones solamente podía suce­der mediante las actuaciones transferenciales.


0 sea que no to­do lo que ocurría en la transferencia era reviviscencia del pasa­do reprimido.  Muchas manifestaciones transferenciales, inclusi­ve el acting out, pueden ser fruto de la experiencia del aquí y ahora de la sesión analítica.

 

Por otro lado, creo que el paciente, para elaborar sus conflic­tos y actuaciones, necesitaba encontrar a un analista que hubie­ra desarrollado las condiciones personales como para luchar con las situaciones primitivas: disponibilidad interna para trabajar con niños y adolescentes en situaciones intensamente regresi­vas, relacionadas con sentimientos de adherencia, fusión, vacío, abandono, penetrar, destrozar, angustias persecutorias, de des­pedazamiento, de explosión o implosión, que precisan una im­portante capacidad negativa para soportar las descargas emo­cionales intensas.  Le atribuyo un valor muy importante al aná­lisis de los conflictos primitivos del analista como elemento de desarrollo en la habilidad de enfrentar al acting out.

 

Los analistas que trabajan con niños y adolescentes, que son pocos, acaban teniendo una facilidad más grande de acceso a las capas más profundas del inconsciente cuando son comparados con los profesionales que se limitan a trabajar con pacientes adultos poco afectados.  Otro aspecto que deseo señalar se refie­re a la velocidad y al tiempo de procesamiento de los fenómenos psíquicos durante el acting out.  En el análisis de adolescentes, pero especialmente en el de niños, hay momentos en los que los movimientos mentales del paciente son muy rápidos y llenos de condensaciones.  Durante los actings out la intensidad de las identificaciones proyectivas y escisiones hace que la noción del tiempo interno y la capacidad de elaboración del analista se per­turben y, a veces, se contaminen con los impulsos y fantasías del paciente.

 

Una vez transcurrido un determinado tiempo, se tiene la sensación de un golpe de viento que levanta mucho polvo y és­te después se decanta.  Con la disminución de las ansiedades, tanto el analista como el analizando retoman a un estado men­tal con menos regresión y se recupera el proceso secundario.  En ese momento los dos se encuentran más aptos para pensar, oír y hablar.  Las elaboraciones, consecuentemente, son más prove­chosas y viables.

 

Algunas veces solamente la capacidad de contener, de recibir y asimilar los impulsos ya constituye, de por sí, el valor de una interpretación verbal que podrá ser completada cuando aparez­ca la oportunidad para tal efecto.  Quizás sea algo parecido a lo que puede hacer una madre tranquila cuando toma en sus bra­zos al bebé que tiene una crisis de desesperación, efecto de al­gún mal interno y desconocido que los aqueja.

 

Pienso que la capacidad creativa del analista, la de encontrar en su inconsciente un camino que le permita penetrar en el mundo inconsciente del paciente, corresponde al aspecto crea­dor de un artista.  Según mi modo de ver, el saber manejarse con el acting out es un verdadero arte.  El analista necesita habilidad, plasticidad mental, inventiva, una gran parte de buen humor, capacidad de adaptación y saber lidiar -razonablemente- con los propios aspectos narcisistas para aprovechar los aspectos co­municativos y constructivos del acting out.

 

En algunas ocasiones vinculadas con el análisis de Alberto y en otros casos en que el acting out se hizo presente, pude hacer uso de "aparatos técnicos" que, tal vez, puedan ser considera­dos como "no analíticos" pero que me ayudaron para la concre­ción del análisis y especialmente para el mantenimiento del vín­culo, favoreciendo la transferencia positiva.  En ese sentido, tole­ré que Alberto, en ciertas ocasiones, llevara a su casa algo de la caja o de la sala de trabUna vez, Alberto descubrió que había una lata de galletitas en un armario que estaba cerca del lugar donde guardaba sus ju­guetes.  En varias oportunidades me manifestó su deseo de reci­birlas y hasta intentó apoderarse de ellas a la fuerza.  No dejé que lo hiciera y su acción fue interpretada.  Ese acto se repitió va­rias veces durante un tiempo, siempre acompañado de fuertes crisis explosivas y múltiples agresiones.  Una de las veces, resol­ví darle algunas galletitas, sin ningún tipo de interpretación.  Alberto se fue tranquilo.


La misma situación se repitió y, esa vez, interpreté su necesidad de poder sentir concretamente que lo querían y también de poder llevar consigo algo de mí que era bueno, que pudiera sentir, palpar, colocar dentro de sí como la leche que sale de un “pene-seno” y que alimenta al bebé.

 

Realicé otras interpretaciones durante el transcurso de la sesiones.


Ellas se vinculaban a fantasías con los padres y los hermanos (vivos y muertos) que tanto lo amenazaban.

Esas actuaciones se hicieron menos frecuentes hasta que le dije que ya no necesitaba insistir en que le diera unas galletitas porque él podía sentir el afecto de otra forma.

le señalé que él mismo estaba capacitado para demostrar lo que sentia por mí, mediante lo que decía, y que se sentía alimentado por otros modos diferentes de las galletitas.

Se alimentaba con nuestro encuentro y con el conocimiento que estaba adquiriendo de sí mismo.

Era otra manera de sentir que lo querían.

Después de eso, una u otra vez  volvió a pedirme galletitas, pero ahora a era un juego para ponerme a prueba o para seducirme.

 

Creo que esos procedimientos “no ortodoxos” en análisis, cuando son espontáneos, pueden ayudar a fortalecer el yo primimitivo del paciente hasta que haya condiciones como para que se hagan interpretaciones verbales, sin que éstas sean vividas como intensamente agresivas.


Se trata de la vivencia concreta, en la transferencia, de algo muy primitivo de la relacion madre-bebé, en el sentido de caracterizar el sentimiento de existir, de desear, de controlar y, por lo tanto, de ser deseado y amado

 

 

 

 

 

 

La actitud de darle galletitas, aunque contenga un aspecto defensivo contratransferencial, es una comunicación preverbal comprensible para el paciente, en un momento en que  la mente se encuentra regresada a estados primitivos, en los que la verbalización todavía no adquirió su significado simbólico.

 

 

 

 

 

 

Agrego que eso le sucede tanto al analizando como al analista.

Es el gesto espontáneo que sorprende y comunica algo inalcanzable por la palabra.

Es lo inefable de la relacion analitica.

En el capítulo 10, “Idioma sin palabras: lo inefable en la relacion analítica con adolescentes”, muestro otras manifestaciones que confirman las ideas recientemente expresadas.

 

 

 

 

 

 

Vuelvo a destacar la importancia de los aspectos contratransferenciales porque, según lo veo yo, ellos pueden ayudarnos para comprender y seleccionar la mejor manera que hay para lidiar con los actings out.

Le doy mucha importancia a la conciencia que el analista debe tener de sí, a su disponibilidad afectiva para ser continente, como también a sus oscilaciones, suscitadas por el paciente y/o producto de su propia vida emocional.


Durante el análisis de Alberto hubo momentos en los que fue necesaria la interrupción de la sesión.

Ello se debió a mi dificultad, como analista, de poder soportar la intensidad de las manifestaciones dei paciente.

Esa actitud, que por otra parte me frustró, contribuyó para que Alberto entrara en contacto con la realidad de los límites del analista, y para que yo también pudiera, mediante reflexión, intercambiar ideas con otros compañeros, en propio análisis o en supervisión, y así identificar los propios límites.

 

 

 

 

 

 

Muy a menudo, Alberto intentaba ampliar el espacio físico del setting analítico.

Las actuaciones de esa naturaleza fueron interpretadas como fruto de las fantasías ligadas a la incorporación, rivalidad y destrucción de las figuras parentales, proyectadas en el analista-padre, sin haber señales evidentes de transformación.

Posteriormente, pudo ser identificado que esos actings out tenían otros significados relacionados a los deseos de ampliar el espacio mental del paciente.

Alberto utilizaba ese espacio, al principio físico, en el que podía representar sus conflictos interiores hasta alcanzar un mayor desarrollo y representarlo de manera simbólica, en un espacio mental virtual.

 

 

De esa manera, cuando renunció al control omnipotente de objeto, pudo discernir mejor las diferencias entre el objeto imaginario y el real, haciéndolo a partir de la experiencia concreta.


Con el desarrollo de un espacio mental, poco a poco él descubrió las ventajas o la necesidad de transformación del acto motor en acto simbólico, mediante la comunicación verbal.

Para la parte perversa de su personalidad, aquello representaba una pérdida pero, para el lado que lo impulsaba hacia el desarrollo, el sentirse aceptado y respetado era una gratificación incluso en cuanto a la posibilidad de preservar el vínculo y los objetos reales.

 

 

 

 

 

 

Frente a mi percepción de las dificultades y sufrimientos que vivía Alberto durante los momentos de actuación y contraactuación, muchas veces solamente discriminados a posteriori, yo pude captar los sufrimientos del paciente depositados en mí.

Por eso tuve la percepción de mis propios padeceres mediante los sentimientos de impotencia frente a la violencia y crueldad de sus actos, de la fuerza de su propio superyó y por medio de mis frustraciones debido a los rápidos contrastes de comportamiento y de estado mental del paciente dentro de la sesión.

 

 

 

 

 

 

A veces, aquello me llevaba a la condición de tener que resignarme frente a la realidad externa e interna, tanto suya como mía.

Creo que esos sentimientos enunciados, proyectados y vividos sensorialmente por mí, traducían el mundo interior del paciente, que reverberaba en algo que también existía en mí y que, ahora, yo podía transformar en pensamientos verbales.

De esa manera, para Alberto se abría la posibilidad de optar entre permanecer en su modelo habitual de relación o buscar y ampliar nuevas vías de comunicación, con medios más trabajados y simbólicos, mediante el lenguaje verbal, los dibujos, el teatro, y los juegos que poco a poco fuimos construyendo los dos.

 

 

 

 

 

 

Alberto, progresivamente, pudo jugar y dramatizar de manera más simbólica las fantasías de poder, de dependencia, de sometimiento y de autonomía mediante un juego dramatizado de rey y esclavo.

La crueldad de los impulsos, la rigidez del superyó y la fragilidad del yo estaban sufriendo transformaciones.

Las regresiones pasaron a ser menos intensas.

Alberto ya podía hablar, dibujar y asociar de una manera más libre.

Los acfings out no terminaron pero se hicieron menos frecuentes.

Su flexibilidad mental y la capacidad de representación simbólica se estaban agrandando.

La vida social y escolar se hizo más estable y productiva.

 

 

 

 

 

 

En la relación objetiva con los padres todavía persistían muchos modelos primitivos de relación.

Los padres, por otro lado, se negaban a recibir cualquier tipo de orientación sistemática.

Ellos empezaron una terapia de pareja y la interrumpieron por miedo de que ese proceso los llevara a una desintegración fami liar.

 

 

Las características de la dinámica familiar me hacían pensar que uno de los aspectos del acting out de Alberto, en la relación con los padres, tenía la finalidad de ser una rebelión positiva.


Era la única forma como él podía manifestar sus protestas en el sentido de “alertar a las autoridades vigentes”, a los padres, de que algo estaba perturbado en la relación entre ellos.

Los acfings out también señalaban la existencia de una búsqueda de autonomía, de una lucha que, aunque era realizada con armas inadecuadas, pretendía la conquista de un espacio vital y mental propios.

Representaban algo de vida, impulsado por aspectos narcisistas de preservación.

No de la vida física sino de la posibilidad de sentirse un ser pensante y deseante, respetado en su autenticidad de sentimientos.

 

Concuerdo plenamente con Greenacre (1971) cuando destaca que la desproporción entre la verbalización y la actividad motora constituye un problema en la intervención psicoanalítica.


Hay la necesidad de poner límites.

No son deseables, para el análisis, intensas regresiones antes de que el yo esté más estructurado.

El acting out no debe ser provocado.

Considero que es sumamente constructivo ofrecerle al niño un parámetro objetivo de la realidad.

Sin embargo, no puedo concordar en que el acting out sea una “patología del proceso” psicoanalítico, tal como lo defienden otros autores, de acuerdo con Etchegoyen (1989).

 

 

Cuando se manifiesta el acting out, es importante distinguir, en cuanto a la función en la relación, que el terapeuta no puede trabajar el significado del conflicto transferencial/contratransferencial y el acting out cuya actuación permite comunicar e integrarse terapéuticamente, tal como lo señalan Blay Neto (1977) y Knobel (1980).

 

 

 

 

 

 

Una vez hecha la distinción entre el acting out útil y el desintegrador, quiero resaltar que las interpretaciones intempestivas también pueden favorecer el acting out.

Según Lebovici y colaboradores (1963), “cuando el terapeuta se manifiesta con la finalidad de interpretar, corre el riesgo de pasar demasiado rápido el sistema de defensa, de movilizar representaciones inconscientes”, ante las cuales el paciente todavía no tiene un yo lo suficientemente organizado como para poder expresar el contenido de su vida inconsciente por otras vías que no sean el oc! ing oh!.

 

 

Alberto, en los momentos que antecedían a la finalización de la sesión, se agitaba mucho.


Las angustias y fantasías que surgían por la amenaza de separación aumentaban las manifestaciones motoras.

El tiraba al piso todo lo que había en la caja, me escupía, volcaba muebles, intentaba agredirme físicamente y se negaba a salir de la sala.

Esa situación me provocaba una fuerte angustia, incluso llegó a desencadenarrne un flujo interpretativo con la intención de librarme del sufrimiento, o intentar frenarlo, formándose así un círculo vicioso de actuaciones y contraactua­ciones.

 

En otra ocasión, durante una sesión de análisis de una ado­lescente, después de una separación prolongada, la paciente me habló ininterrumpidamente durante más de 30 minutos.  A me­dida que hablaba, empecé a sentirme angustiado, completamen­te tapado, casi con náuseas.  De manera imprevista la interrum­pí, como si fuera un reflujo, e interpreté el cúmulo de restos emocionales no elaborados o mal trabajados durante la separa­ción.  La paciente, de pronto, me retrucó furiosa: "Vengo hasta acá para descargar mi camión de sandías y usted quiere que yo me las trague, como si fuera mi propio vómito."

 

Al respecto de lo enunciado, Diatkine y Simon (1973) refieren que es "una suma de identificaciones que permite el emerger pulsional que lleva al placer y a la angustia del acting out duran­te el cual hace regresión el yo del niño", produciendo una extin­ción de los intercambios verbales.  Y añaden: "Esa regresión no dura mucho ya que el niño se calma"; es entonces cuando recu­pera su capacidad de comunicación mediante la actividad lúdi­ca y verbal.  Es muy probable que, en el caso mencionado de la adolescente, después de haber aguantado por un tiempo la con­dición de depositario o de "seno letrina", según la expresión usada por Meltzer (1971), yo tuve la necesidad imperiosa de "vomitar" sobre la paciente, tanto para aliviarme como para en­contrar una manera involuntaria de tener acceso a las capas más profundas de mi inconsciente.  La percepción de mi malestar y la consecuente contraactuación me permitieron pensar que mi reacción había sido una contraidentificación proyectiva, ante al­guna vivencia de mi niño sofocado por la leche continuamente impuesta.

 

Otro aspecto sumamente importante es el momento de la in­terpretación.  A menudo, la interpretación durante el acting out es ineficaz.  En ese período se reduce la capacidad de pensar y el insight se ve afectado.

 

 

Presento el caso titulado "El león y el domador" Levisky (1984).  Se trata de N, un niño de 8 años.


Él se asomaba por la ventana del consultorio y gritaba, insistentemente, pidiendo socorro.  Decía que ahí había un hombre que quería matarlo.  Logró armar tanto escándalo que en el edificio de enfrente se encendió una luz y una persona se asomó a la ventana para ver lo que estaba pasando.  Se llegó a crear un diálogo tan tenso entre esa persona y el paciente que yo me vi en la necesidad imperiosa de intervenir para aclarar la situación.  Después de insistir para que N.  se limitara a la sala de trabajo y una vez efectuadas las interpretaciones, infructuosas, renuncié a mis tentativas de intervención.  Me senté en una silla, resignado y sonriendo le dije: “Creo que lo que quieres es joderme, ponerme en dificultades.” Después de un rato, N.

se dio vuelta hacia mí, sonrió con aires de triunfo y reanudó la sesión ya en un nivel lúdico y verbal.

 

Aunque se aborden los factores que pueden favorecer para desencadenar el acting out, es dable recordar la importancia de las condiciones físicas del ambiente y del material de trabajo.  En el análisis de niños y adolescentes en las etapas pubertaria y nuclear, la sala debe ser adecuada para las actividades infantiles (infantil y juvenil) de tal manera que pueda limpiarse fácilmente, que la cantidad de agua pueda ser regulada, que haya condiciones para la canalización del fluido –eventualmente una pequeña pileta-, que se tenga ropa de repuesto y que los vidrios de las ventanas estén protegidos.

 

En el periodo de transición entre el fin de la latencia y el comienzo de la adolescencia, el paciente puede expresarse de manera verbal o aceptando algún tipo de material lúdico o expresivo (dibujo, pintura, modelado, carpintería) ofrecido por el analista.  Muchas veces prefieren un ambiente en el que ambos, paciente y analista, puedan sentirse más relajados y espontáneos, despreocupados de los cuidados en preservar la limpieza o la decoración del ambiente.  Muchas veces, en esa etapa  del desarrollo, el joven transita entre la sala de adultos y la de niños.  De esa manera se vive el aquí y ahora de la relación analítica, las oscilaciones internas fruto de las presiones regresivas y de las que lo impulsan a desarrollarse.  El material que fue elegido para el trabajo debe ser de naturaleza tal que el paciente y el analista se sientan con total libertad para manipularlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En el trabajo con adolescentes más grandes, las características de la sala de análisis no son tan fundamentales como en el trabajo con los niños.  En esos casos es más importante la persona del psicoanalista porque, si hay una falta de flexibilidad y de comprensión de las características del proceso adolescente, eso sin ninguna duda será un factor que provocará la aparición de actuaciones desintegrantes.

(En el capítulo 6, "El proceso analí­tico", abordé otros aspectos del trabajo de análisis de adolescen­tes.)

 

Se puede decir, según creo, que el acting out es un "aprender con la experiencia" mediante el cual las vivencias concretas de fantasías inconscientes pueden -a partir del encuentro con la función continente e interpretativa del analista- transformarse en pensamiento simbólico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al igual que Kay (1965), considero que en el acting out la dra­matización es concreta y realista en sus acciones.  Es la tentativa de controlar la realidad inmediata y proporcionar gratificación.  En la dramatización simbólica, la gratificación real es posterga­da, y una gratificación sustitutivo es vivenciada.

 

Freud (1973), en Más allá del principio de placer, ya se había re­ferido al hecho de que en la relación transferencial el "incons­ciente, o sea, lo reprimido no presenta ninguna resistencia al tra­bajo curativo, por sí mismo busca abrirse camino hasta llegar a la conciencia o encontrar un exutorio por medio del acto real".  Más adelante, añade: "Por medio del juego infantil, el niño tra­baja aspectos de su vida que le provocan una emoción intensa." Mediante la actividad lúdica, el niño procura liberar esas emo­ciones y, de esa manera, se hace dueño de la situación.  Durante el juego, el niño puede cambiar su posición en relación con el hecho emocional.  Puede dejar de ser víctima para convertirse en agente, y así, hacer que el otro sufra lo que él sintió, vengándo­se en una tercera persona del sufrimiento que padeció.

 

Exactamente dentro de esa visión considero que el acting out puede llegar a ser comprendido, en la relación analítica, como parte de la actividad lúdica vivida concretamente durante el proceso de elaboración.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El estudio del desarrollo de la comunicación y del lenguaje en la infancia nos permite entender los aspectos de la comunica­ción primitiva en la relación madre/hijo, los que se repiten en la relación transferencial.

 

 

Spitz (1983), en su libro El príiner año de vida, considera que comunicación es cualquier cambio perceptible en el comporta­miento, ya sea intencional o no, dirigido o no, con la ayuda del cual una o varias personas pueden influir en la percepción, los sentimientos o las acciones de una o varias personas, siendo una influencia voluntaria o no.

 

Dentro de ese concepto entiendo que las identificaciones proyectivas se portan como medios de comunicación por las in­fluencias que causan en el analista.  En este momento se inserta el acting out como comunicación primitiva, reproduciendo las manifestaciones de la vida afectiva del recién nacido, predomi­nantemente motrices, producto de los estímulos tanto internos como externos.

 

En situaciones de tensión, el recién nacido descarga median­te manifestaciones emocionales difusas, motoras, gritos, llantos y reacciones neurovegetativas.  Esa exteriorización no puede li­berar permanentemente la tensión.  El estímulo solamente pue­de ser sacado por una intervención específica, proveniente del exterior, tal como dar alimento al bebé, abrigarlo, mimarlo, pa­ra que sienta así el afecto y el calor maternos.  La ayuda externa es necesaria.  Ella se obtiene llamando la atención de alguien que eventualmente esté cerca, por medio de manifestaciones no es­pecíficas y ocasionales, usando gritos o una actividad muscular difusa.

 

A continuación, transcribo una cita de Spitz: "De acuerdo con Freud, la vía de descarga adquiere, de esa manera, una fun­ción secundaria extremadamente importante, o sea, la de oca­sionar un entendimiento con otras personas."

 

El acting out, como manifestación de identificaciones proyec­tivas masivas, se inserta en el concepto de comunicación primi­tiva.  La etología ha permitido estudiar y confrontar el compor­tamiento del hombre con el de innumerables animales que se comunican mediante el comportamiento, a partir de señales de posturas, sonidos, movimientos con características gestálticas (Nathan, 1983).

 

Los modelos de comportamiento recién mencionados no contienen un mensaje del sujeto dirigido específicamente a otro individuo.  Esos modelos expresan lo que Spitz denomina "un estado de la mente, un humor, una actitud afectiva que refleja la experiencia inmediata del sujeto".  La reacción de un segundo sujeto a la percepción de ese modelo de comportamiento puede dar la impresión de que él comprendió tal comportamiento co­mo un mensaje dirigido específicamente a él.

 

Sin embargo, esa apariencia engaña.  En realidad, el segundo sujeto animal reacciona solamente a la percepción de un estímu­lo, y no al mensaje.  Cito el trecho de la obra de Spitz para basar la idea de que en las manifestaciones transferenciales y contra­transferenciales provocadas por el acting out ocurren reacciones impulsivas sin contenido específico, en respuesta a los estímu­los provenientes del paciente para que después, en un segundo momento, se pueda dar un significado al estímulo recibido y co­municarlo mediante una interpretación verbal o preverbal.

 

 

reo que debe profundizarse el estudio del acting out, ya que es un fenómeno psicológico de gran valor para comprender el funcionamiento mental primitivo en sus manifestaciones y en la relación transferencial/contratransferencial.

 

 

Para concluir este tema, transcribo el contrapunto realizado por Azevedo a la versión original de este trabajo, ambos publi­cados en

la Revista Brasileira
de Psicanálise.  Las alteraciones que se efectuaron en el trabajo original para esta publicación no in­terfieren en la esencia del contenido original.