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El chileno es afectuoso en el hogar, hospitalario en la vida social, desprendido en la amistad.

Eduardo Poirier

Extracto del libro "Chile en 1910", del autor Eduardo Poirier (1860-1924).

Edición del Centenario de la Independencia.
Imprenta, litografía y encuadernación Barcelona, año 1910.


El hombre chileno

El chileno es afectuoso en el hogar, hospitalario en la vida social, desprendido en la amistad.

Su espíritu de empresa, de aventura, llega hasta la audacia en ocasiones.

Le distingue asimismo una franqueza abierta, a las veces ruda, más de ordinario sin dañada intención.

En su índole burlona hay un arma poderosa, el ridículo, que suele esgrimir hasta el ensañamiento, si a ello se le incita.

Más, de ordinario no ha menester de estímulo, pues percibe con agudeza lo risible y lo explotable de las debilidades humanas y las fustiga con regocijada o cáustica ironía, según los casos.

No hay afectación en sus maneras; posee una asimilación fácil y un talento flexible.

Esta última característica en el hombre del pueblo se traduce en una extraordinaria facilidad de adaptación a todo género de trabajos.

El chileno es el primer obrero del mundo, mejor dicho, sería el primer obrero del mundo si sus indisputables dotes de resistencia física, su talento natural, su admirable comprensión y su ingenio habilidoso no se vieran a menudo oscurecidos por los efectos del alcohol.

El obrero chileno, en tres días de ruda faena, ejecuta una suma de trabajo equivalente al de una semana entera de cualquier otro obrero.

Sería el trabajador ideal, si a las ingénitas aptitudes que hemos enumerado pudieran agregarse el espíritu de ahorro, un mayor apego al hogar y una menor afición a la bebida.

Tiene el chileno singulares disposiciones para el comercio y las profesiones liberales.

De éstas la abogacía es la que cuenta con mayor número de adeptos, comoquiera que sirve de natural pasaporte y de incentivo cada día más poderoso para escalar encumbradas situaciones en la sociedad, en la política, en la administración y en la diplomacia.

Y en la diplomacia sin grande esfuerzo, porque ofrece al chileno, según lo patentiza la experiencia, un campo adecuado al natural despliegue de innatos talentos, predisposiciones y sagacidades.

De ello tiene reiteradas pruebas nuestra Cancillería, que siempre hizo papel distinguido en el delicado palenque de las relaciones internacionales, merced a la versación de los estadistas que las han dirigido y al tacto de los diplomáticos a quienes su gestión ha sido encomendada en el exterior.

Y debe de advertirse que algunos de estos no han sido otra cosa que improvisaciones del momento, pero improvisaciones generalmente felices.

El horror al amaneramiento, al disimulo y al detalle, constituyen otros distintivos de la índole del chileno.

En él parece haberse operado una singular fusión de las excelencias del alma latina con el espíritu práctico y expeditivo del carácter sajón, si bien atenuadas estas últimas cualidades por los retardatarios atavismos de nuestra idiosincrasia nativa.

Como marido, caracterizan al chileno lo acentuado de su personalidad, dominante en el hogar, y una ilimitada largueza para satisfacer las necesidades y hasta las fantasías de la mujer y de la familia; sobre todo en las clases alta y media.

Como padre impone de ordinario con firmeza la patria potestad y consagra los desvelos y esfuerzos de sus mejores años a la educación y al establecimiento de los hijos.
Una circunstancia antes someramente insinuada, pero en la cual debemos insistir, porque hace honor al carácter ético de los chilenos; aquí los núcleos de familias,-hogaño como antaño,-siguen siendo numerosos.

Hay, empero, en este país falta de solidaridad y de tolerancia y sobre todo, un defecto capital, ingénito, de raza, defecto que anubla muchas cualidades, enerva muchos estímulos, entibia muchos entusiasmos.

Se vive murmurando de cuanto aquí nace, crece y alienta: somos los eternos insatisfechos de nuestra cultura, de nuestros progresos, hasta de nuestras virtudes cívicas tradicionales.

Basta que haya algo nuestro, nativo, propio, que intente surgir, destacarse, erguirse por entre la mediocridad, para que le deprimamos, le apoquemos, le caricaturemos.
Si no fuera que conservamos algunos optimismos de otra edad, diríamos que el dicho era una mal sin remedio.

Y mal perniciosísimo, pues en ocasiones este sistemático murmurar en público transpone fronteras y mares y se vuelve contra nosotros mismos, agrandado como bola de nieve y con repercusiones que suelen indignarnos al advertir su procedencia.

Y ello, por no percatar en que a menudo no son sino eso: repercusiones, y que el foco de ciertas noticias extranjeras despectivas de la nacionalidad o de la moralidad chilenas, de ordinario no se encuentra lejos de nuestros corrillos sociales o de nuestras gacetillas periodísticas.

La mujer chilena

Entre sus hermanas de América ocupa un lugar privilegiado la mujer chilena, pues en ella se adunan, a los caracteres distintivos de su bella alma y de su gran corazón, rasgos de hermosura física, de gracia y de ingenio que uno encuentra sorprendido y a cada paso en las diversas clases de la sociedad.

Señálase además como esposa fiel, abnegada y solícita y por su religiosidad y su amor a la familia, siendo, como madre, incomparable.(*)

Y para que se vea como este nobilísimo temperamento moral manifiesta en la mujer chilena la cual característica peculiar suya, sin distinción de edades ni estados, al lado del acto heroico de una madre podemos colocar el que hace apenas 12 meses llevo a cabo una joven de 17 años y cuya relación tomamos de El Correo de Valdivia:
"Se nos refiere un acto de heroísmo realizado en esta ciudad por una joven de cortos años:
La señorita Dora Faisán hallábase en su habitación, segundo piso de la casa, ocupada por la fundición Hernug, a orillas del río.
De pronto observa por el balcón que un hombre se debate angustiosamente en el agua, próximo a perecer ahogado.
Eso bastó para que la joven, sin medir los peligros, se lanzara al río por el mismo balcón, logrando poner a salvo en tierra al individuo próximo a perecer.
Este acto nobilísimo, increíble casi en una débil niña de 17 años, fue presenciado por varias personas".


En el trato social se destacan triunfalmente su finura y elegancia, su talento cultivado y lo exquisitamente llano y obsequioso de sus modales.

Desde joven, la seducen y atraen el misterio y la fantasía.

Lee novelas, de ordinario previa atinada selección de vida al vigilante celo materno.

La flexibilidad de su espíritu y lo vibrátil de su imaginación han solido hacer de ella una fanática en amor, en religión y hasta en política, cuando se ha visto estimulada por el roce diario con el padre, el marido o el hermano, militante de alguno de estos en cualquiera de los bandos que hoy agitan, dividen y anarquizan a la opinión pública.

En el hogar, su afición a la música, al canto y a las demás bellas artes y su espíritu de orden y economía hacen de ella una compañera ideal.

Hacendosa, inteligente, y de ingenio vivaz y de índole apacible y tierna, capaz de todos los afectos, de todas las abnegaciones y aún de todos los martirios, ella se adapta con asombrosa ecuanimidad a las más variadas y difíciles situaciones de la vida.

Y así, la mujer chilena de todos los tiempos y según las circunstancias, ha sabido ser, con la misma dignidad serena y dulce, gran señora, ya se encuentre en situaciones de elevada actuación social, ya los vaivenes de la suerte la reduzcan a una condición inferior.

En este último caso, siempre sabrá sobrellevar con altiva entereza y abnegación vicisitudes y alternativas, y mantener ardientes y vivos en su alma los estímulos de la fe y los alicientes de la esperanza.

Acaso no exista otra mujer en cuya alma repercutan más hondamente los acentos de la desgracia, ni se encuentre en toda ocasión más apercibida para llevar al afligido con una mano cariñosa y tierna los auxilios de se abnegada caridad o los consuelos de que es fuente inagotable y pura su noble corazón.

Por eso en todas las épocas de la historia de este país la mujer chilena ha ocupado un puesto de honor en la sociedad, cualquiera que fuese el ambiente hasta donde haya llegado el amable influjo de su espíritu superior.

Y así, al lado de las hijas y las esposas modelos, ha habido las madres siempre abnegadas y todavía esas otras grandes mujeres que en aras de un sentimiento excelso como el de patria, han sabido llegar hasta las sublimidades de la heroicidad y del martirio.



*)Hable por nosotros, entre muchos más, el siguiente sucedido de ha pocos meses: "Cariño de madre.-Una operación difícil y sublime.- Los diarios y el vecindario de Antofagasta comentan conmovidos una operación quirúrgica que acaban de realizar con todo éxito los doctores señores Eduardo Lefort, Arturo Guzmán y Plácido Argomedo.
Aparte de su interés científico, esa operación ha sido una sublime manifestación del cariño de madre, que no se detiene ante el sacrificio de su propia vida por salvar la de sus hijos.
La niñita Herminia Saavedra perecía víctima de una terrible tifoidea.

Los recursos ordinarios de la ciencia se habían agotado todos en conservar aquella vida que se extinguía ante la profunda desesperación de una madre, la señora Margarita Fredes.
Los facultativos en consejo opinaron que podía tentarse un último resorte científico, el de la transfusión de la sangre, y así se lo expusieron a la señora Fredes, quien ante aquella esperanza se aferró a ella, exigiendo que se realizara inmediatamente la operación y prestándose gustosa a proporcionar nueva a aquel ser querido con la sangre de su propio cuerpo.
La señora Fredes resistió heroicamente la operación y mientras la niña renacía la vida se sentía ella desfallecer contemplándola amorosamente.
La hija mejora rápidamente y la madre, postrada por el sacrificio de su sangre, se siente feliz".- (Las Últimas Noticias, 2 de abril de 1908).