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El patriotismo es el amor a esa entidad material y moral que llamamos la patria; de donde se sigue que haya tantas maneras o acepciones de patriotismo, cuantas son las especies de patria, o las acepciones en que se toma esta palabra.

R. Ruiz . ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica. editado por el

¿Qué es lo que la tierra patria añade al simple concepto de la tierra donde nacimos y nos criamos?

 

 

El patriotismo es el amor a esa entidad material y moral que llamamos la patria; de donde se sigue que haya tantas maneras o acepciones de patriotismo, cuantas son las especies de patria, o las acepciones en que se toma esta palabra.

Pero para alcanzar un conocimiento más hondo del patriotismo, se debe de haber estudiado su objeto, conforme a la norma filosófica: que por los objetos se especifican los actos y sus hábitos; conviene fijarse también en la índole del acto mismo; pues, al fin y al cabo, ese acto, con que abrazamos amorosamente la patria, y el hábito que la continuación de actos semejantes engendra, son lo que formalmente constituye el patriotismo.

Ahora bien; supuesto que el patriotismo es una tendencia prosecutiva, una forma de amor; hemos de ver, en primer lugar, qué clase de afecto amoroso puede ser considerado digno de ese nombre.

Amor es, en un sentido general, toda inclinación o tendencia prosecutiva hacia un objeto, nacida del conocimiento del mismo; pues, aunque se llama amor la inclinación que dimana de la naturaleza inconsciente, esta acepción de la palabra no puede admitirse sino como metafórica.

Así, sólo metafóricamente hablan los poetas del amor con que las flores vuelven sus corolas al sol, como ansiosas de recibir sus besos; del amor con que la tierra seca ansía por el rocío que sobre ella derraman las nubes, y, generalmente, del amor con que cualquiera potencia se inclina a sus objetos, aun antes de percibirlos actualmente; como decimos que los ojos aman la luz o los oídos el sonido y el facto la suavidad, etc.

Pero aún pasando de estas acepciones metafóricas de la palabra amor, a los sentidos propios de la misma; Como hay tres maneras de conocimiento â??instintivo, sensitivo y racional,â?? es menester distinguir tres clases de amores propiamente dichos.

El amor instintivo envuelve, sin duda alguna, un conocimiento pero no un conocimiento reflexivo, ni aun previo, que nos persuade al amor de un objeto, por ser congruente, o digno por si mismo de ser amado.

El instinto es una manera de juicio, impreso en la naturaleza animada por el providentísimo Autor de ella que sin reflexión, ni aun conciencia de sus actos, la dirige en la práctica de las operaciones a su bien orgánico conducentes .

Ese instinto se halla en los irracionales como única guía de sus acciones; mas en el hombre, aunque preside el juicio a sus actos humanos, como hay acciones u operaciones que necesitan anticiparse al desenvolvimiento de la razón , o llenar las lagunas de su actividad, en orden a la conservación de la vida individual y específica, queda vivo el instinto, el cual nos guía en esas operaciones a que la razón no asiste, o nos inclina a ella con anterioridad a su asistencia.

Por eso hay en el hombre, a pesar de su racionalidad, amores instintivos, muy semejantes a los de los ; v.

gr., el amor a la propia vida (instinto de conservación), el amor a los padres y , sobre todo, a los hijos , y el amor a la patria, ordenados estos últimos a la conservación de la especie.

Superior o inferior al amor instintivo, según el punto de vista desde donde se le considere, es el amor pasional o sea, el afecto sensitivo que sigue al conocimiento de la imaginación o de la fantasía.

En cierto modo, se puede considerar este afecto como superior al amor instintivo, por cuanto precede de una noción consciente (por lo menos, en el hombre), al paso que el instinto es como una impresión ciega de la misma naturaleza animada El nilil volitam nisi praecognitam, que no rige en el instinto (por lo menos, cuanto a la cualidad de lo apetecido o aborrecido), tiene ya lugar en el amor pasional o sensitivo.

Pero bajo otro aspecto, se puede considerar a este segundo como inferior, por cuanto el instinto es guía natural, que no se desordena; mientras la pasión está sujeta a los mayores desórdenes y anormalidades.

Por esta causa en los animales hallamos siempre la moderación del instinto, que contiene sus operaciones dentro de las normas de la naturaleza; al paso que en el hombre que se mueve por pasión, se descubren anomalías y discordancias enormes.

Hay, finalmente, en los vivientes intelectuales, el amor racional, que no es otra cosa sino el afecto prosecutivo que sigue al conocimiento de la inteligencia.

Así como la suprema Inteligencia ordenadora del mundo rige los seres irracionales por medio de una manera de razón impresa en ellos, que es el instinto; así los vivientes racionales poseen una facultad intelectual con que pueden guiarse libremente a si mismos, y la inclinación con que el ser dotado de razón abraza los objetos que le ofrece su inteligencia, es el amor racional.

Esto supuesto, veamos ya a cuál de estas tres clases de amores pertenece el patriotismo.

Y en primer lugar, no parece que pueda tener parte en él el amor instintivo, el cual se viene a reducir a dos finalidades intentadas por la Naturaleza: la conservación del individuo, y su propagación para conservación de la especie; ninguna de las cuales tiene necesaria relación, no digo ya con la patria grande, pero ni aun con la patria chica o sensible.

El amor a la patria chica propiamente dicha, no comienza a advertirse sino en los pueblos que se dedican a la agricultura, y llevan por ende una vida enlazada con la tierra que cultivan.

Ni la tribu nómada, que va, en pos de sus ganados a donde espera hallar para ellos más provechosos pastos; ni el individuo nómada o trashumante de las sociedades modernas, que se ve llevado de una provincia a otra por las actuantes circunstancias de la vida industrial o mercantil, sienten ese cariño a un horizonte limitado, cuyos contornos están grabados en el alma como escenario de la primera juventud.

Para expresarlo concretamente; el afecto a esa patria sensible, no es accidente de la naturaleza, sino de la costumbre; la cual, aunque llegue a formar, como dicen, una segunda naturaleza, engendra sólo el hábito, pero no el instinto, que precede de la naturaleza específica propiamente dicha.

Y si eso hallamos en lo tocante a la patria chica y sensible, todavía menos puede tener lugar el afecto instintivo cuando se trata de la patria grande, a sea, de la patria en su sentido más estricto y elevado.

La razón es, que la patria es un todo moral, y en la vida moral nada tienen que ver los instintos, resortes inconscientes de la naturaleza, que, como no tienen parte en la razón individual, tampoco pueden tenerla en la moralidad.

Este es el hilo seguro que nos ha de guiar al conocimiento de la naturaleza psicológica del patriotismo.

La patria, por lo menos en cuanto se eleva sobre el sentido material con que damos ese nombre al escenario físico donde ha transcurrido la mayor parte de nuestra vida, es una entidad moral; no porque no conste de elementos físicos, sino porque es moral el lazo que los une entre sí para formar un todo.

Mas las entidades morales no son perceptibles para el instinto ni para el sentido material; luego sólo pueden ser conocidas por la inteligencia, y sólo pueden ser primariamente objeto del amor racional.

La moralidad, dicen los filósofos, consiste en una relación a la inteligencia y a la voluntad libre del ser intelectual; por consiguiente, donde no tiene cabida la razón y la voluntad, tampoco puede hallarse la razón de moralidad.

lo cual no quiere decir que el ser moral haya de ser completamente inmaterial; antes bien puede constar de elementos materiales; pero no puede ser puramente material.

Así, el hombre es ser moral; aunque consta de espíritu y cuerpo; y la sociedad es una entidad moral, aunque esté compuesta de seres corporales.

Asimismo la patria es una entidad moral, pues, como antes asentamos, lo que constituye su unidad especificativa, es un desenvolvimiento moral.

El que ama a su patria, no ama solamente la tierra, los monumentos, los hombres que la habitan; No ama ,solo objetos que pueden percibirse con los sentidos: ama, por encima de todo eso, el desenvolvimiento que le hace solidario de la serie de generaciones que habitaron ese país, fabricaron esos monumentos y poblaron de recuerdos históricos cada uno de los accidentes de esa tierra patria.

¿Qué es lo que la tierra patria añade al simple concepto de la tierra donde nacimos y nos criamos? El mismo nombre de patria lo dice: añade una relación moral, una relación de pertenencia a los que nos precedieron en la vida, y con sus actos, no sólo dieron origen a nuestra vida física, y a muchos de los objetos de que nos servimos para sustentarla y embellecerla, sino al propio tiempo determinaron las particulares formas de nuestra vida moral, elaborando nuestras ideas, costumbres, leyes, instituciones y maneras de ver y de sentir.

Todo eso forma naturalmente un conjunto moral; una entidad que no puede conocerse con solos los sentidos corporales, sino por medio de la inteligencia y la razón; que no puede percibirse, consiguientemente, sino por un conocimiento racional; ni, por tanto, amarse primariamente, sino con racional amor.

De donde resulta que el patriotismo no es comoquiera amor, sino amor racional.

Pero no cabe duda que ese amor racional puede y suele andar acompañado de afectos pasionales, los cuales se dirigen, no precisamente a la entidad moral de la patria, sino a los elementos físicos que la integran; y de ahí la facilidad con que ese amor pasional se desordena y aún desnaturaliza, porque no versa sobre lo que propiamente constituye la patria.

En primer lugar el patriotismo, como todos los amores, tiene por centro al individuo, y por punto de partida el amor que el individuo se profesa a sí mismo.

Si yo amo mi país natal, es por la asociación de sus accidentes con mi propia personalidad; con los recuerdos de mi juventud, con las acciones de mi niñez, cuya memoria más o menos confusamente conservo.

Y asimismo, el amor de la patria grande, de ese mundo moral a que pertenezco y que siento íntimamente unido conmigo, tiene por punto de partida mi propia moral personalidad.

Si todo ese conjunto moral existiera tal cual es y no fuera el proceso generador de mi propia vida moral, ya no me sería posible amarlo como mi patria.

Podría estimarlo y amarlo por su excelencia, por efecto de una consideración enteramente objetiva; pero ese amor de un objeto excelente ajeno de mí, no tendría nada de común con el afecto del patriotismo.

Ahora bien; como mi persona (término de ese desarrollo moral) se halla en el centro de mi patriotismo, claro está que el amor pasional que a mí mismo me tengo, se incorpora, por decirlo así, con mi amor racional a mi patria y lo matiza con tonalidades de apasionamiento.

Y lo mismo que acontece respecto de mi persona, puede suceder por lo tocante a los objetos sensibles o personas que se comprenden en ese conjunto, cuya unidad moral constituye la patria grande.

Elementos de la patria son las personas a mí unidas por los vínculos de la amistad y de la sangre, a las cuales profeso un amor pasional; a la patria pertenecen mis obras y mis intereses, hacia los cuales me incline con pasión.

Todos los elementos de la patria son en algún modo cosa mía, por lo menos, respecto de los extranjeros; y por eso, fácilmente se extiende a todos esos objetos el amor pasional con que yo mismo me amo.

De todo lo cual resulta que, en el patriotismo, se funden en uno el amor sensitivo o apasionado , con el amor intelectivo o racional.