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De siempre se ha considerado al patriotismo como uno de los sentimientos nobles que pueden albergarse en el pecho humano. Los cantos más sublimes de los poetas, los más rotundos periodos de oradores han sido para exaltar la patria y el patriotismo, su secuela. Sin embargo, en la revisión a que actualmente se encuentran sometidas la casi totalidad de las instituciones y las que hasta ahora han sido consideradas bases de la vida de relación –de la sociedad–, le ha llegado el turno a esta abstracción y a este sentimiento: a la patria y al patriotismo.

José Laín Entralgo

Patriotismo y antipatriotismo

De siempre se ha considerado al patriotismo como uno de los sentimientos nobles que pueden albergarse en el pecho humano. Los cantos más sublimes de los poetas, los más rotundos periodos de oradores han sido para exaltar la patria y el patriotismo, su secuela. Sin embargo, en la revisión a que actualmente se encuentran sometidas la casi totalidad de las instituciones y las que hasta ahora han sido consideradas bases de la vida de relación –de la sociedad–, le ha llegado el turno a esta abstracción y a este sentimiento: a la patria y al patriotismo. Revisión fundada, llena de razón, que por no llevarse a cabo con anterioridad ha sido causa de muchos males, siendo los más directos las guerras últimamente desarrolladas.

El patriotismo encierra una doble amenaza. Por una parte presenta un peligro intrínseco, que nace de la razón misma del sentimiento. El patriota que lo es verdaderamente cae indefectiblemente en el nacionalismo, ya por el simple hecho de serlo, ya por tener que intervenir en una guerra u otro acto donde sienta la necesidad de defender su patria. Bien es verdad que la inmensa mayoría de estos patriotas arraigan originariamente en el nacionalismo. Pero en los otros, en los que lo son honradamente, la conciencia, verdadera o falsa, de la superioridad de su patria sobre las restantes les obligará forzosamente a este paso. Es el «Deutschland über Alles» de los germanos. Es el «pueblo elegido» de los judíos. Es el «con razón o sin ella, mi patria», de la consigna de guerra inglesa. Una vez comenzado el descenso, el movimiento es acelerado. Del nacionalismo se pasa al imperialismo, y una vez en este estadio ya no se puede sacar adelante el sentimiento si no es lanzándose a la lucha contra quienes se oponen a él. Resultado: el patriotismo intensamente sentido –y aquí no caben medias tintas– conduce, tarde o temprano, a la guerra.

Un segundo peligro presenta el patriotismo, que nace de la clase de personas que lo usufructúan, cuidando de él como las vestales del fuego sagrado y declarándose sus supremos definidores. Esta clase de personas están adscritas casi en su totalidad a las derechas burguesas. Característico es el fenómeno de los Estados Unidos, donde han surgido un sinnúmero de Asociaciones patrióticas. De ellas dice N. Hapgood que «dependen de promotores que juegan con el miedo de las clases acomodadas en general, o con la alarma de algunos poderosos y ancianos caballeros que no pueden dormir pensando en la revolución». Refiriéndose a una de ellas escribe: «El programa de la National Civic Federation sirve a la plutocracia conservadora en su oposición a las leyes relativas a la protección del trabajo, la restricción del trabajo infantil, las pensiones a la vejez y el mejoramiento social en general.» Creemos que con estas líneas se ven desenmascarados todo un sector de individuos, cuyo último fin es la obstrucción a todo lo que signifique justicia social; pero que no atreviéndose a manifestarlo claramente se amparan en sentimientos generalmente respetados para mejor llevar a cabo sus bajos propósitos.

Otro sector también aficionado a acaparar el patriotismo es el militar, y sabido es por todos de sobra la situación en que el Socialismo puede considerarse con relación a ésta casta social. Acabamos de citar a un autor contemporáneo. También ahora nos valdremos de otro, no moderno, sino de la más rancia antigüedad clásica. Nos referimos a Cayo Graco, paladín de las luchas sociales de la Roma republicana. Decía Graco en uno de sus discursos: «Mienten nuestros generales cuando animan a sus soldados para que se batan bien, representándoles que defienden contra el enemigo sus hogares y las tumbas de sus antepasados, pues ninguno de ellos posee hogar ni podría mostrar ninguno la tumba de sus antepasados. En realidad, es por defender las riquezas ajenas por lo que se les pide que viertan su sangre y mueran.» No resultarían muy equivocadas estas palabras si las aplicáramos a los hechos actuales. La mayoría no posee un hogar propio. Vierten la sangre y mueren por defender riquezas ajenas.

Si examinamos un poco detenidamente la posición de estos patriotas profesionales veremos que su actitud se ve guiada, a pesar de su insinceridad, que pretende ocultarnos la verdadera cara del problema, por móviles exclusivamente económicos. ¡Y eso en un sentimiento tan puro –para ellos– como es el patriotismo! Pero no importa. No debe extrañarnos. Siguiendo esta táctica sinuosa salvan las apariencias. Si no lo hicieran así, ¿cómo iban a tener esa falsa autoridad dogmática para lanzarnos a la cara la excesiva preocupación por los problemas económicos? ¿Cómo, si no, iban e llenarse la boca lanzándonos su acusación de «materialistas»? Seamos materialistas, sí; pero en este punto concreto significa solamente una cosa: sinceridad. Congruencia de la actitud con el pensamiento.

Pero, de todas las maneras, si, a pesar del peligro que el patriotismo representa, y a pesar de la indeseabilidad de las personas que lo usufructúan, tuviera una base, cabría la discusión, aunque aceptarlo supusiera arrostrar todos los escollos que hemos expuesto. Pero nosotros vamos más allá. No se puede hablar de patriotismo por una sencilla razón: ¿Dónde se basa el patriotismo? ¿En la patria? Pues si ésta no es más que una bonita abstracción sin asiento real, el patriotismo se derrumba por sus cimientos. Y es lo que nosotros sostenemos. Recordemos la frase de Platón: «Hasta el más pequeño Estado se divide en dos partes muy distintas. La una es el Estado de los pobres; la otra el de los ricos, que luchan uno contra otro.» En estas líneas se resume todo nuestro pensamiento y ellas nos marcan la actitud que debemos seguir.

Una vez derrocado este falso sentimiento se nos plantea el problema de su institución, porque es indudable que no se puede ir contra las inclinaciones naturales del hombre, y éstas le llevan a ser sociable. Pero ya hemos dicho que en el párrafo de Platón se da claramente la solución. Esta no es otra que la sustitución del patriotismo por la lucha de clases, por la solidaridad de clase, dentro del actual régimen capitalista, y por un amplio sentimiento de solidaridad humana en el futuro Estado socialista. A este fin recuerdo lo sucedido en «Carbón». Claro es que no se trataba más que de un argumento cinematográfico, y que los mineros que en la película desfilaban no tenían equivalente real. Pero aun así nos da idea de lo que es un amplio sentimiento de solidaridad de clase en un régimen burgués comparado con los moldes estrechos y arcaicos de un patriotismo decadente. He ahí, pues, la consigna que debemos mantener. Lucha de clases frente a patriotismo.

José Laín