La psicología moderna ha calificado este síndrome con el nombre de "estrés de fin de año", un fenómeno que se ha ido incrementando peligrosamente en el tiempo. No por nada, diversos estudios indican que en los últimos 31 días del ciclo anual, las consultas por depresión y angustia se incrementan de manera considerable.
La psicología moderna ha calificado este síndrome con el nombre de "estrés de fin de año", un fenómeno que se ha ido incrementando peligrosamente en el tiempo.
No por nada, diversos estudios indican que en los últimos 31 días del ciclo anual, las consultas por depresión y angustia se incrementan de manera considerable.
De esta forma, lo que debería ser una época de reflexión, de compartir con la familia, de entregar y recibir afecto, termina convirtiéndose en una estadía trágica y cruel en nuestra existencia.
Si bien el calendario tiene marcados en rojo varios numeritos en diciembre, la sensación general es que nunca en los otros meses hubo tanto quehacer.
No obstante, esta sobrecarga de actividades puede tener una explicación lógica.
En diciembre, no hacemos otra cosa que cosechar lo que sembramos durante los once meses anteriores.Si lo pensamos bien, no son las últimas 31 jornadas del año las que nos complican, es un estilo de vida que venimos arrastrando cada día con mayor dificultad.
Por lo mismo, resulta imperioso que, en una época en que las responsabilidades son muy altas, seamos capaces de cambiar nuestra mirada y posicionarnos frente a los problemas de una manera diferente, que nos asegure un tiempo de descanso, entretención y relajo.
Huir o atacar
Según el doctor Marco Brunetti, del Departamento de Psiquiatría de la Clínica Alemana, el estrés se produce cuando la persona es sometida a unnivel de exigencia que supera su capacidad de adaptación.
Aunque esta circunstancia se produce a lo largo de todo el año, un estudio de la Universidad de Chile afirma que en diciembre, al menos 1 de cada 4 chilenos vive en permanente estado de estrés.
Aunque la cifra parece alarmante, los especialistas coinciden en que más allá de los números, el verdadero problema está en la forma de enfrentar nuestros problemas en estos días.
En un extremo, tenemos la clásica respuesta de "cerrar los ojos y esperar el feroz golpe de tensión".
Lejos la actitud más habitual y al mismo tiempo, la peor.
En el otro rincón, está la solución más aconsejable.
No es una receta mágica o un esquema infalible, pero es posible que nos asegure un mejor pasar.
Su nombre es "planificación".
Consejos para ser un superviviente
Diversas investigaciones demuestran que sentarse tranquilamente y planificar con detención nuestras actividades en diciembre es el primer paso para tener unas fiestas de fin de año más relajadas y felices.
Primero que nada, debemos romper con la idea de que en diciembre "todo es para ayer".
Hay que ser honestos y darnos cuenta de que el mundo no va a explotar porque tomemos las cosas con más calma.
Tenemos la tendencia a magnificar las cargas de trabajo y los balances finales, generando una respuesta desproporcionada a los requerimientos laborales, donde creemos que somos seres irremplazables e indispensables para la buena salud de la empresa.
Confiar en los demás, aprender a delegar, compartir la toma de decisiones y potenciar la creatividad en nosotros mismos y los otros, puede ayudarnos a acabar con este mito.
Luego, puede resultar positivo reorganizar nuestra carga de exigencias laborales, personales y familiares.
En general, los empresarios y los ejecutivos son expertos en definir las acciones, metas y plazos de una compañía.
No obstante, la mayoría de las personas falla al intentar el mismo ejercicio con sus vidas.
Es necesario, tal como se hace en las empresas, organizar las actividades de diciembre de acuerdo a objetivos y metas, porque no puede ser que todos los años se nos presenten las mismas dificultades y estemos siempre desprevenidos.
Debemos poner límites a nuestras capacidades y evitar dejar todo para el último minuto.
La sensibilidad aumenta ostensiblemente en el último mes del año, porque el calendario marca el fin de un ciclo de la vida, en donde se tiende a evaluar lo que se hizo y lo que se dejó de hacer.
Este hábito puede resultar muy estresante si el balance se realiza sólo sobre la base de índices externos como ¿conseguí el cargo que quería?, ¿logré aumentar la rentabilidad de la empresa?, ¿alcancé los objetivos de la compañía?, ¿estoy conforme con mi salario?, etc.
Hay que evaluarse respecto del real sentido que le queremos dar a nuestra vida, es decir: cómo estoy, cómo fui, cómo está mi familia, cómo enfrenté los problemas y cuánto crecí como ser humano, por ejemplo.
En cuarto lugar, hay que aprender a relajarse y reflexionar.
Aunque no existen reglas universales para lograr este estado, la Sociedad Chilena de Psicología Clínica recomienda poner música suave, sentarse cómodamente y cerrar los ojos.
Escuchar atentamente la melodía y tomar conciencia de nuestro cuerpo: su temperatura, su forma, su peso y la tensión en sus diferentes músculos.
Hay que relajar cada parte de nuestra estructura y recordar los momentos más gratos del día.
Esto nos permite reflexionar acerca de qué nos hace feliz, qué nos molesta, qué tareas pendientes o dificultades laborales nos preocupan y cómo debemos resolverlas.
La desconexión es fundamental para lograr una verdadera recuperación, ya que de otra manera, el organismo está viviendo soterradamente parte del estrés experimentado antes.
Por último, un aspecto necesario para disfrutar de las fiestas de fin de año, es identificar y reconocer el verdadero significado de estas celebraciones.
La Navidad no es una competencia por quien regala más, quien hizo el obsequio más entretenido o en qué casa está el árbol más grande.
El Año Nuevo tampoco es un torneo de la comida más abundante o la fiesta más entretenida.
En definitiva, la clave está en saber celebrar, es decir, regalarse a uno mismo un momento para ser feliz y entregar cariño a los demás.
No debemos olvidar nunca que hay muchas personas que necesitan de nuestro afecto y aún cuando diciembre pretende atropellarnos cada año, es también el instante preciso para detenernos y regalar una sonrisa.