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Menores perciben las preocupaciones de los adultos y pueden manifestarlo a través de trastornos alimentarios o síntomas similares a la depresión Las pataletas y discusiones con los menores en esta época del año no se deben a conductas premeditadas: puede ser una forma de evidenciar el temor e incertidumbre que sienten ante la presión que muestran sus padres.

Noemí Miranda. La Tercera

Menores perciben las preocupaciones de los adultos y pueden manifestarlo a través de trastornos alimentarios o síntomas similares a la depresión

Las pataletas y discusiones con los menores en esta época del año no se deben a conductas premeditadas: puede ser una forma de evidenciar el temor e incertidumbre que sienten ante la presión que muestran sus padres.

Soledad (34) no tiene reparos en confesar que a veces le dan ganas de dejar a sus hijas en casa e irse sola a hacer las compras y trámites que tiene pendientes: "Es que parece que lo presienten, me apuro en dejar todo listo, me arreglo, comienzo a buscar las boletas que hay que pagar, la lista de los regalos, la lista de las compras de la casa...

y empiezan a pelear, se ensucian la ropa, o gritan que no quieren ir a ninguna parte".

 

Las hijas de esta madre -que tienen cuatro y siete años- son el más claro reflejo de lo que deben estar viviendo muchos padres en estas fechas, cuando a las responsabilidades laborales que implica un término de año se suman las graduaciones de hijos, las últimas reuniones de colegio, las relaciones familiares, la compra de regalos y el delicado manejo del a veces apretado presupuesto familiar.
Sumándose a estas situaciones aparecen las inesperadas pataletas y peleas con los propios hijos.

Lo que muchos adultos no saben es que los menores sólo están respondiendo a la tensión que perciben en el ambiente y, principalmente, en sus padres.
"La mayor parte de las conductas inestables que presentan los niños son causadas por problemas en la familia más que por trastornos propios de la infancia.

Es decir, ellos reflejan un síntoma de lo que pasa a nivel familiar", dice el siquiatra Luis Risco, profesor de la Clínica Siquiátrica de la Universidad de Chile.

Es por eso que, en fechas de extrema tensión, aquellas familias que acusan más fuerte el impacto de la presión extra podrían ver en sus hijos ciertos patrones, que pueden ir desde trastornos alimentarios -como pérdida del apetito o atracones de comida repentinos- hasta problemas del ánimo, como depresión o ansiedad.

 

Un círculo vicioso

 

 

Lamentablemente muchos padres no se dan cuenta de esta situación y, ante las demandas inesperadas de los hijos, se enojan y angustian aún más: "La madre que tiene un montón de cosas pendientes se preocupa aún más con su hijo o hija que no come, que no quiere salir con ella o que discute por cualquier cosa.

La tensión, por ende, aumenta y con ella los síntomas de problemas en los menores", dice el médico.
¿Qué sienten los hijos que actúan de esta manera? La respuesta se circunscribe a una única emoción: miedo.

Los niños, desde pequeños, perciben las alteraciones en sus padres y esa inestabilidad los hace sentir temor e incertidumbre ante la potencial amenaza al equilibrio familiar.

Si sus padres no saben cómo manejar asuntos que parecen tan importantes, el futuro se ve incierto y los niños se sienten desamparados.
"Ante esto, los hijos pueden recurrir en forma inconsciente a las estrategias que conocen para aglutinar a la familia: las rabietas y las discusiones.

De esa forma concentran la atención de sus padres en ellos y sienten que, de alguna manera, la situación puede equilibrarse", dice Risco.
Para los padres no es fácil darse cuenta de esta situación, pero cuando lo hacen aprenden a solucionar obstáculos cotidianos sin involucrar a los menores.

 

Así les sucedió a Claudia y Andrés con su hijo Renato (9): "La Navidad del 2001 fue horrible, habíamos pasado peleando porque no nos alcanzaba la plata y el Año Nuevo se veía peor.

Finalmente, recibimos el 2002 en el hospital con Renato con 39° de fiebre", dice Claudia.

La temperatura bajó al día siguiente sin explicación.

Pero al año siguiente en Navidad el pequeño volvió a presentar los extraños síntomas: "Había que ser tonto para no darse cuenta, porque habíamos estado discutiendo harto con la Claudia de nuevo por plata.

Después de eso dejamos de hacerlo frente a él y volvió a ser un niño feliz", dice Andrés.

Por ello, el doctor Risco advierte que los padres deben estar atentos y proteger a sus hijos de tensiones emocionales innecesarias.