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No creí que llegara a verlo. En los ochenta y noventa, los psiquiatras queríamos ser psicoterapeutas además de recetar psicofármacos. Pasábamos por nuestra propia psicoterapia individual y/o de grupo como pacientes para, tras encontrarnos con nosotros mismos, poder acompañar a otras personas en ese camino difícil y fascinante. Pasaron algunos años y fue evidente que en los servicios públicos de salud mental no había sitio para hacer psicoterapia. Me tuve que ir y abrir mi propia consulta. La Salud Mental pública se fue haciendo cada vez más biologicista.

GOYO ARMAÑANZAS ROS 21.03.2021

Salud Mental: ¡por fin!

 

Una opinión de Goyo Armañanzas Ros Pixabay

No creí que llegara a verlo. En los ochenta y noventa, los psiquiatras queríamos ser psicoterapeutas además de recetar psicofármacos. Pasábamos por nuestra propia psicoterapia individual y/o de grupo como pacientes para, tras encontrarnos con nosotros mismos, poder acompañar a otras personas en ese camino difícil y fascinante.

Pasaron algunos años y fue evidente que en los servicios públicos de salud mental no había sitio para hacer psicoterapia. Me tuve que ir y abrir mi propia consulta. La Salud Mental pública se fue haciendo cada vez más biologicista. El tratamiento casi único era la medicación. Paralelamente, los residentes en psiquiatría fueron abandonando su búsqueda de una formación psicoterapéutica. En los centros de Salud Mental dominaban los abordajes rápidos de diagnóstico, tratamiento farmacológio y revisión al mes.

 

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Todo ello, era en parte comprensible, en base a la enorme demanda y a la prioridad en abordar la enfermedad mental grave.

 
 

 

Posteriormente he visto sutiles cambios hacia un abordaje menos biologicista del sufrimiento emocional. Se introdujo la figura del psicólogo en los equipos de Salud Mental, que, por su profesión, debía de dedicarse a la psicoterapia. Pero era, y lo sigue siendo hasta el momento, una figura minoritaria en estos equipos. En España hay un psicólogo por cada 16.600 personas y un psiquiatra por cada 10.000 almas.

No hace muchos años, me fascinó el surgimiento del movimiento "La Revolución Delirante" por parte de jóvenes profesionales de Salud Mental. Sentí y siento que estamos en un cambio de ciclo que me acerca a mis comienzos con aquella antipsiquiatría.

Bien lo vamos a necesitar. Nos viene una ola de demanda en salud mental. Una forma tradicional de contenerla ha sido utilizar el término-aduana de "la enfermedad mental". De esta forma, los que no tienen síntomas graves quedaran fuera. Solo los que padecen graves desórdenes de conducta o síntomas alucinatorios, delirantes, obsesivo-compulsivos, etc; entrarían en atención. Dicho sea de paso, esta frontera artificial aumenta el estigma del sufrimiento emocional, tan natural con la vida misma.

 

Esta frontera artificial salta por los aires cuando abordamos el suicidio que procede la muchas veces de un sufrimiento subjetivo no clasificable como enfermedad mental. Ahí está el "bullying" como causa, por ejemplo. El dicho antiguo era: "como no es enfermedad, no lo atendemos, que vaya a la privada". Ese mensaje, pocas veces dicho en voz alta, ya ha hecho agua. Ese malestar, muchas veces silencioso, debe de ser abordado al igual que otros, aunque no se tengan recursos económicos para acudir a una consulta privada.

Hasta el momento, hemos adaptado nuestros servicios de Salud Mental a los recursos económicos existentes y no a las necesidades de la población. A fuerza de adaptarnos, estas necesidades han permanecido arrinconadas.

 

 

Va siendo hora de que adaptemos los recursos (no solo los económicos) a las necesidades, o que al menos, no las negaremos porque no pudieran satisfacerse del todo.
Todavía estamos en el fragor de la batalla contra el covid. Las heridas empiezan a doler cuando termina. Cuando esto ocurra, nos encontraremos con un campo de batalla lleno de despedidas y duelos que no se pudieron hacer bien, de sanitarios que tuvieron que ser receptores de la última palabra, la última mirada, que el moribundo quiso tener con los suyos, etc.

 

 

Como decía, son solo elementos económicos. Las grandes tragedias nos traen sus recursos.

Tras la Segunda Guerra Mundial se vio nacer el recurso de la terapia de grupo. Es más barato y (adecuadamente utilizado) más terapéutico que la terapia individual. Atiende a más personas en menos tiempo.

En esta crisis estamos desarrollando enormemente otro recurso: la terapia online y la terapia de grupo online. Mas barato en tiempos de desplazamiento y en accesibilidad a zonas lejanas.

¡La Salud Mental en el debate público al fin! Me siento afortunado y agradecido de vivirlo. Tenemos cambios por hacer, más que invertir para abordar en lo posible una demanda creciente. A nuestro favor una fuerte sensibilización de los profesionales y un conocimiento de recursos y técnicas que optimicen la inversión.
No dejemos que se olvide otra vez. El precio sería mucho mas alto que el ahorro contable.

El autor es psiquiatra